martes, 30 de diciembre de 2008

David Aguilar



Evito siempre poner a mis cantautores. No es que me avergüencen, al contrario. Lo que sucede es que sé que si empiezo con uno, alrrato estaré posteándolos a todos.
Sin embargo, tengo que confesar que esta canción me mató al momento de escucharla.
Claroscuro, me parece que se llama.

(Ya me dijo el David [pronúnciese Déivid]: Se llama "¿Y una canción desesperada?", que no me encanta, pero bueno, ¿qué le vamo'a'hacer?)

lunes, 29 de diciembre de 2008

Manera sencillísima de destruir una ciudad

"Se espera, escondido en el pasto, a que una gran nube de la especie cúmulo se sitúe sobre la ciudad aborrecida. Se dispara entonces la flecha petrificadora, la nube se convierte en mármol, y el resto no merece comentario."



Lo encontré en un libro de Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos.
La imagen la sugiere él; se llama La bataille de l'Argonne, de René Magritte.
Para el caso, la ciudad que yo propongo es Mexicali

domingo, 21 de diciembre de 2008

Humberto Peña

La mañana del domingo 21 de Diciembre, Humberto Peña decidió escribir un cuento donde se refiriera a si mismo en tercera persona. Siempre, desde chico, había apreciado a los autores que podían, sabían y hacían eso. Esa especie de confesión con un deje de como quien no quiere la cosa, llevó a Humberto Peña a decidirse a hablar de Humberto Peña.
Y ya estaba Humberto Peña comenzando a escribir de aquella ocasión en que Humberto Peña soñaba que era entrevistado por Charlie Rose -donde, por cierto, hablaba con un excelente acento británico- cuando, de repente, cayó en cuenta de lo ridículo que se sentía hablando de sí mismo en tercera persona. No podía ser así. Humberto Peña se tomaba demasiado en serio como para escribir de sí mismo en tercera persona, como para mostrarse sin los velos de la ficción, o como para exponerse a su desnutrida audiencia de lectores fijos como el ser inseguro, acomplejado, sensible y, sobre todo, real que era. Porque, hay que aclarar que Humberto Peña todavía guardaba la ilusión de que algunos de sus asiduos lectores creyera sinceramente que Humberto Peña era un ser inexistente, una fantasía si se quiere, una especie de duende del internet que de cuando en cuando publicaba cuentos, subía vídeos y despotricaba contra el mundo desde la comodidad de su blog. Pero no, Humberto Peña existía. Orinaba, fumaba, comía, tenía traumas de la infancia, tomaba con sus amigos, rompía cosas, se mojaba en la lluvia; cosas así que lo hacían sentir vivo. Pero una de las constantes de su vida (psicológicas, me refiero; por que el latido de su corazón, la actividad de la respiración y el continuo trajinar estomacal responden más a la rutina biológica que a la noción de estar vivo) había sido siempre el miedo al ridículo. El no hacer gestos demasiado bruscos, demasiado obvios, el no sonreir demasiado, el no hablar nunca mucho, ni muy fuerte, ni muy comprensible, ni gritar nunca, ni demostrar cuando tiene frío, o miedo, o ganas de ser abrazado, el no escribir nunca algo que no fuera lo suficiente serio, clásico, modulado, el negarse a arriesgar demasiado; todo por miedo al ridículo. Y después de darse un tiempo para pensarlo, la tarde del 22 de Diciembre, Humberto Peña decidió no escribir sobre Humberto Peña.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Mon chambre

Publicar entrada
Mi cuarto. Bueno, una de las paredes de mi cuarto. En esa pared hay 111 cuadros, mapas y demás. Tengo entendido que el 111 es el número árabe de la locura, lo cual, por lo menos se aplica muy bien a mi pared. Habrá que confirmarlo.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Con prisas

Primero él dice "Tú me gustas", después ella va con un "Tú me gustas también". Y se besan y ya.
Y empiezan a cerrar el bar, y todas sus amigas, las de ella, se quedan viendo, y el borracho del karaoke, y la copa de brandy barato, y luego él que va diciendo No traje carro, y después Entonces quédate conmigo, En serio, Si no quieres no tienes por qué hacerlo, Si quiero, pero apenas me conoces, No querrás decir Apenas te conozco, No, no quiero decir eso, Entonces, Entonces sí, me voy contigo. Luego el carro, el silencio cómplice mientras pasan a dejar a la amiga borracha, algún beso entre semáforos, evitar decirlo todo en una mirada, que la puerta de casa de ella se abra en un beso, que la mano de él suba su falda, que la sonrisa cuando le muerde los labios, que No te convengo, querida, que ella quede sobre la mesa, que él le muerda el hombro, que Soy un desastre, en serio, soy flojo, soy terco, soy necio; que las manos de él la aprieten, que las piernas de ella lo abracen, que él siga con Soy aburrido, lo juro, me desespero mucho, no me gustan los niños, los perros, las suegras; que ella se quite la blusa, que le muerda las orejas mientras él Soy depresivo, melancólico, infiel, introvertido, de mal genio, resentido, soy irónico, sarcástico, y que ella lo bese y se baje las bragas, y que le baje con los pies los pantalones, que las manos de él se aferren a la espalda, a los muslos de ella, que Soy paranoico, soy inconstante, soy irresponsable, me aterra el compromiso; que ella se lo agarre, que le busque la boca, que con los dientes abra el paquetito con el condón, que él le pase la mano por la nuca, que le apriete los botones, las notas exactas, que Demasiado impredecible, que tengo insomnio y doy patadas, que, como te darás cuenta, soy un egocéntrico de primera; que el condón se desenrolle, que En serio no te convengo, ¿segura que quieres meterte en esto? o, permíteme ser vulgar: ¿segura que quieres que te meta esto? y que ella grite.

Le acabo de provocar un orgasmo a mi gata

Luego, me puse los zapatos, la bufanda, tomé el paraguas, enfrenté al viento, a la lluvia, a los charcos; caminé tres cuadras, llegué al oxxo, compré cigarros.

Volví a enfrentar a la lluvia, al viento y a los charcos, pero esta vez con menos éxito. Mis zapatos pueden atestiguarlo. Llegué a casa, me escurrí en la entrada, mi gata dormía, llegué a mi cuarto, colgué el paraguas, me quité la bufanda y los zapatos. Luego, tomé una libreta y empecé a escribir "Le acabo de provocar un orgasmo a mi gata" y después me puse a contar cómo me puse los zapatos, la bufanda; cómo tomé el paraguas, enfrenté al viento, a la lluvia y a los charcos; cómo caminé tres cuadras, llegué al oxxo y compré cigarros. Creo que será un buen cuento.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Esta canción...



...y la película que acompaña, me mata.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Tijuana 2008

Me pudren los que escriben de balas, los que cuentan los muertos, los que alucinan las cobijas, los que esperan encontrar una cabeza en el bote de basura todas las mañanas.

Me pudren los que tienen miedo de salir a la calle, los que deciden volver a casa en cuanto oscurece, los que matarían por un chaleco anti-balas, los que van de farol en farol, de árbol en árbol para cuidarse de disparos que no suceden.

Me pudren los que se mueren por mudarse, los que corren de su sombra, los que no se sacan de sus cabezas las palabras "tiroteo", "casquillos", "¿cuántos van ya?", "ten cuidado", y los que maldicen a la ciudad, al gobierno y a los narcos.

Me pudre no ser uno de ellos, me pudre que no me importe, que pueda salir a la calle y oler la lluvia y la tierra mojada en vez de la pólvora, me pudre encontrarme caminando por el Centro a las dos de la mañana, descubrirme en los billares o tomando en los bares sin voltear a ver sobre mi hombro.

Me pudre la falta de neurosis; no tenerla y no entenderla.

Actividades recomendables I

I. Ir a la Comer, tomar un carrito, llenarlo de cosas rosas (Barbies, Vanish, cortinas floreadas) hasta que cueste demasiado empujarlo. Eventualmente llegar a la caja, dejar el carrito a un lado y comprar un paquete de Galletas Marías.

II. Decir "Feliz Navidad" a todo el mundo. De preferencia en Julio.

III. Buscar a un amigo de piernas largas, ir al Centro (se sugiere una calle transitada), tomarlo del brazo y avanzar dando brincos, dos a la derecha, dos a la izquierda; tirar doñas de la banqueta.

IV. Ir a una librería, tomar uno de los libros de Twilight, arrancar los finales de los capítulos.

Ventajas de usar bufanda

Vengo llegando de Cancún. Pasé cinco horas en la terminal 2 del aeropuerto del D.F. Es fea.

Salí a las 7 am del Distrito. Llegué a Tijuana a las 9:20.
Las cuentas no me dan: 3 horas de vuelo vendría a ser igual a llegar a las 10; menos las dos horas del cambio de horario, sería llegar a las 8 a Tijuana. .

¿Entonces, por qué llegué a las 9?

Seguro que el piloto era pendejo y se perdió.


Y bueno, en Cancún llegamos a un club de playa muy fancy. Yo -no se puede esperar menos de mi- llegué con traje de baño, lentes y bufanda. Al parecer soy la primer persona que llega a un club de playa con bufanda. En reconocimiento, me dieron 5 tragos gratis. Sabía que esto de usar bufanda siempre serviría de algo algún día.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Un puñado de estrellas y de alegría

Puntual. Insobornablemente puntual. Demasiado puntual. Tristemente puntual. Y además de puntual, paciente. Insobornablemente paciente. Demasiado paciente. Tristemente paciente.

Alguna vez intenté un cuento de alguien que esperaba y esperaba, que pensaba lo que yo pienso cuando no queda más que abusar del tabaco, de la eterna taza del café y de la buena voluntad de los meseros. Algo así como "ya viene, ha de haber tráfico" aunque venga a pie, o "seguro entendió seis en vez de tres" que, total, se parecen, ¿no? "va a llegar, va a llegar, no se le olvidó, claro que no se le olvidó" cuando sabes que se le ha olvidado "¿Le mando un mensaje? no... no, no, no. Va a pensar que la presiono, y no quiero presionarla" pero bien sé que quiero presionarla.

Decía una amiga que esperar tanto va en contra de la dignidad, del autorrespeto. Que el que otra persona abuse así de tu tiempo es imperdonable, inexcusable, que no hay porque excusar a quien no se ha preocupado por llegar a tiempo.
Pero vengo a ser de esos tontos que se pueden pasar cinco horas pensando en cuál taxi, en cuál camión viene ella. En buscarla en todas las caras, todas las faldas, todos los sacos, todos los vestidos. De esos que se preguntan porqué todos los carros se parecen al de ella. Que el color del carro sea blanco es lo de menos.
Y, para colmo de mi querida amiga, ni recrimino, ni pienso siquiera en las cuatro horas de espera, en el dolor de garganta mezcla de frío y raleigh, en la pierna agotada de estar temblando, en la tortícolis por haber estado volteando tanto. Sencillamente me lleno de gusto, de gozo, de cariño. Porque llega, porque ha llegado, y -me sale el Benedetti- la noche se me vuelve un puñado de estrellas y de alegría.

Al final de uno mismo III

E intentar abrir la puerta, van dos, van tres, van cuatro veces en que la llave no entra, en que el barniz se raya porque la mano tiembla mucho, demasiado, y entrar, por fin, de golpe, dando un suspiro rápido, brusco, innecesario, mientras el abrigo cae de los hombros a la alfombra, y las rodillas que van directo al piso, y que las manos en la cara, y que las lágrimas en la cara, y que las uñas en la cara, y el puto pie que no deja de temblar, y la pataleta tremenda, y los gritos ahogados, y el arrastrarse al sillón, y el encajar la cara en un cojín viejo, sucio, mancharlo de lágrimas, y de sangre, y de flemas, y volver a estar de rodillas, las rodillas ardiendo, raspadas, que gatean hasta que las manos dan con la tierna porcelana del excusado donde se vomitan rojos, y negros, y púrpuras, mientras las manos se vuelven garras y se aferran más y más a la taza, al tanque, al revistero.
Y levantarse al fin con las piernas temblando, y asomarse al espejo sin lograr encontrarse en el reflejo, y de repente estar consciente de por fin haber llegado, y sin esperarlo, claro, al final de uno mismo.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Llueve

La lluvia es el cielo mecanografiando sobre los techos.

lunes, 17 de noviembre de 2008

domingo, 9 de noviembre de 2008

La verdad es que...

Siempre que piso caracoles me dan ganas de llorar.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Caín (primera parte)

Dios: Caín.
Caín: Sí, dígame.
Dios: ¿Has visto a tu hermano Abel?
Caín: [De inmediato se pone frente a los pies de Abel intentando cubrirlo] Ehhh... pues, ejem, no, pues... no, a decir verdad, no lo he visto.
Dios: ¿Estás seguro? Me pareció haberlo visto salir contigo esta mañana.
Caín: Ammmm... no, que yo me acuerde, no.
Dios: Sí, los vi salir juntos. Le ibas hablando de un lugar interesante en el bosque.
Caín: ¡Oh! Sí, eso... ehh... este...
Dios: ¿Ajá...?
Caín: No era Abel...Era Pedro, el mapache.
Dios: ¿El mapache? Yo no recuerdo haber creado a ningún mapache llamado Pedro...
Caín: Sí bueno, Dios, ya ves como son estos mapaches... apenas uno voltea los ojos y ya están dándole... Tú sabes...
Dios: Eso sí...
[Silencio incómodo; Caín intenta salir de escena disimuladamente con pasos cortos. Deja a la vista los pies de Abel]
Dios: ¡Caín! ¿¡Qué es eso!?
Caín: ¿Qué es qué?
Dios: ¡Eso! Eso que está tirado a tus pies.
Caín: Ammm... ¿una piedra?
Dios: No... creo... ¡creo que es Abel!
Caín: ¿Te parece? Yo digo que parece más una piedra.
Dios: ¡Te digo que es Abel!
Caín: ¿Seguro que no es una piedra?. Digo, a fin de cuentas, yo no soy el que confunde a mi hermano con un mapache...
Dios: ¡Abel! ¡Abel! ¿Eres tú? ¿Estás bien?
Caín: A ver, déjame ver... [mueve el cuerpo de Abel] Pues... no se mueve ni nada.
Dios: ¡Está muerto!
Caín: O -como decía antes- es una piedra.
Dios: No, no puede ser una roca. Las piedras no sangran, y siento sangre sobre la tierra.
Caín: Igual y fue el mapache. Debiste ver el madrazo que se metió hace rato...
Dios: ¡Es sangre humana!
Caín: [como si no lo escuchara] ...iba caminando, no vió la raíz y ¡paz!... de hocico al suelo.
Dios: Cónvéncete, Caín, de que tu hermano es el que está en el suelo, que la sangre que fluye es suya, y que ha muerto.
[Caín se queda callado unos momentos con la mano en la barbilla]
Caín: Igual y tampoco vio la raíz....
[De repente, los árboles se mueven y dejan al descubierto la quijada de burro]
Dios: ¡Caín! ¿Qué es eso junto a su cuerpo?
Caín: Ehhh... ¿Otra piedra?
Dios: No... es... es una quijada de burro... ¡Y mira! está manchada de sangre.
[Caín la levanta y la sostiene; la empieza a admirar desde varios ángulos]
Caín: No es de burro, es muy chica para ser de burro. Yo digo que es de caballo...
Dios: A mí me parece que es de burro.
Caín: A lo mucho, te diría que es de mula, pero de burro no creo que sea.
Dios: Coño, Caín; ¡yo soy el que los he creado! Créeme que sé diferenciarlos
Caín: No me tienes que hablar así...
Dios: Oh, lo siento.
Caín: Digo, como hace tanto tiempo que no bajas... pensé que igual y ya no los recordabas.
Dios: ¡No es cierto! Bajé el otro día...
Caín: Sí, digo, a crear manatíes... y a saludar a Abel, claro. Siempre saludando a Abel; pero a Caín ni un hola, ¿verdad? Abel se pierde tantito y ahí andas buscándolo desde Nod hasta el Edén; y si el pinche Caín se rompe una costilla, no ve ni tus luces. Sabes, Dios; ya no eres como antes... has cambiado.
Dios:No he cambiado... sigo siendo el mismo que conociste...
Caín: ¡No es cierto! ¡Te la pasas en tu nube!
Dios: Bueno, sea de lo que sea... el punto es que Abel ha muerto.
Caín: ¡No me intentes cambiar el tema!
Dios: ¿Qué no ves, Caín? ¡La quijada de burro es el arma homicida! ¡Abel ha sido asesinado!
Caín: Errr...
Diós: [Vociferando] ¿Quién es el culpable? ¿Quién es el que ha asesinado a mi hijo más amado?
Caín: [Por lo bajo] Uy sí, el más amado...
Dios: Dime Caín, ¿quién?
Caín: Pues... a mí me cae que fue Eva...
Dios: ¿Eva?
Caín: Errr.. sí, digo... tiene antecedentes, ¿no?

miércoles, 29 de octubre de 2008

Globos naranjas

Yo iba en tercero de Kinder. Ese día mi profesora no había ido, así que decidieron juntar a la clase del grupo A con la del grupo B. Nos odiábamos: los del A eran los Asnos, y los del B éramos los Burros. Supongo que no teníamos mucho vocabulario, o que conocíamos muy pocos animales.
Por alguna extraña razón, ese día nos habían dado un globo naranja a todos. Un globo común y corriente, pero naranja. Desde entonces era distraído y siempre me entero de las cosas a la mitad, por eso medio entendí que teníamos que llevar el globo al día siguiente. Cuando llegué a la casa, le enseñé mi globo a mi tío Mau. Él tomó una regla y me dijo que me alejara, que me lo iba a pasar. El globo estalló al contacto con la regla. A mi tío le dio risa y yo me puse a llorar. Le expliqué que lo tenía que llevar a la escuela al día siguiente y que era mi tarea y que él la acababa de romper. Lloré un buen rato, y mi tío se sintió muy apenado conmigo. Como a las dos horas, cuando llegó mi madre del trabajo para comer, un globo anaranjado y enorme la acompañaba. No se lo quise prestar a mi tío.

Al día siguiente llegué con mi globo a la escuela.
Yo era el único que lo llevaba.
Lo troné yo mismo.

martes, 28 de octubre de 2008

On the radio




Ok, no les voy a decir que es el descubrimiento del siglo
pero resulta que yo amo a esta mujer
por su voz, su tono de piel, su sonrisa
su maraña de cabello, sus canciones
(y haciendo trampa me doy cuenta que tiene ojos bonitos)

En fin, mi amada, la ruso-neoyorkina Regina Spektor.

viernes, 17 de octubre de 2008

Sostenida discusión con el diapasón

Lo que pasa es que hace meses me desvelaban las melodías que me aturdían. Y recuerdo que desde que me iba a la cama lo sentía. Lo presentía al insomnio y a la danza de notas en mi cabeza. Es como algo, algo... tú sabes. Sé que lo has sentido, y que también te jode el sueño. Y que cuando estás a punto de conciliarlo, y estás convencido de haberte exorcisado la melodía del kókoro y crees que por fin dormirás bien, aparecen de nuevo los compases sonando fuerte. Tan fuerte, que jurarías que el estéreo está encendido y que la música no viene de tu cabeza. Y es casi compulsivo, ¿sabes?

Así que una noche, por fin, no aguante más y me levanté de la cama dejando a mi mujercita sola por ir a tomar el violín y a encerrarme en el estudio. Y me puse a tocar, o a intentar tocar lo que traía en la cabeza. Y era bueno, créeme, pero no era excelente. Y a la vez era malo porque no era lo que traía en la cabeza, porque lo que traía en la cabeza era diez, quince, veinte, treinta veces mejor. Y sin embargo no salía, no conseguía arrancarle al violín la perfección que me sacaba la lengua en mi cabeza. E intentaba anotarlo, pero no podía ¿sabes? Estoy convencido que a ti, que a los escritores les pasa lo mismo; que a ustedes también la obra se les va formando a la cabeza, tan perfecta y tan de prisa que no puedes escribirla, ni tocarla, ni expresarla por más rápido que talles, digites o mecanografíes. Y te aseguro, carajo, que era mi obra cumbre. Era de una genialidad indiscutible, pero no se reflejaba en las cuerdas, ni en las notas del pentagrama. Porque lo que no sabes, es que me agarré un pentagrama y empecé, según yo, a anotarlo. Y si anotaba, por decir mi-do-la y la ligadura terminaba el acorde ese y ponía otra ligadura que me llevaba a sol y continuaba con arco arriba en acorde si y sol y del sol ligadura a fa natural y... bueno, yo sé que de esto no entiendes; pero después de anotarlo me daba cuenta que no, que no carajo, que no era la cosa bella que se me movía en la cabeza, que resonaba en mi cabeza.

Y dejaba de escribir y volvía a darle al violín, ya sabes, trán-trán-trún-trán, con todas las ganas, con toda la fuerza del arco, sin darme cuenta, claro, que todos en la casa estaban dormidos. Y de repente empezó a estar bien. Empezó el rapport entre mis dedos y la melodía de mi cabeza... hasta que entró mi mujer a preguntar qué hacía tocando a esas horas. Pero carajo ¡por fin iba llegando! ¡por fin me iba acercando! Por fin, por fin lo que iba tocando empezaba a cobrar sentido, empezaba a emparejarse con lo que traía en la cabeza. Y ella llega y me interrumpe, y me saca del tiempo. Y yo, no sé si sin quererlo o sin pensarlo, le aventé el bote de resina.

Aquí, mira, aquí en medio de la frente le fui a dar. Y ella sólo cayó al piso y yo cerré la puerta. Y seguí tocando, ¿sabes? No lo pensé ni un segundo, seguí tocando toda la noche sin volver a acercarme a eso, a la obra maestra que desfilaba entre mi cabeza.

Eventualmente amaneció, y yo rompí en mil partes esos esbozos, esas mierdas de partituras. Y el violín, bueno, el violín fue a hacerse pedazos contra la banqueta frente a mi ventana. Me serené tantito y salí del cuarto para dar con que mi mujer seguía ahí tirada. Sin pulso. Muerta.

Por eso estoy aquí, por eso tengo un número que todavía no me he aprendido. Así que dime, escribano ¿Mi historia se merece un cuento, o una novela?

Los viudos de Mario Benedetti

No pasaban de quince, y no hacía tanto frío. Se agolpaban -dirían los viejos- frente a la puerta, esperando el momento en que Serrat saliera. Yo estaba algo más lejos; quizá a la izquierda de un roble, esperando en silencio.
Sale Serrat: flashes, abrazos, doñas dándole besos, la plumita y el disco, la plumita y el póster, la plumita y el libro.
Es amable, pero está cansado y se nota que no quiere estar ahí. En tres minutos deja de firmar cosas y de posar con gente. Avanza, y avanza a donde yo estoy.
Me le lanzo, y me aferro a él. Lo abrazo casi de golpe sacándole un poco el aire con mi cabeza hundida en su pecho. Y de la nada, sin poder contenerlo, empiezo a llorar en su solapa.
"Se murió Mario" le decía. "Se murió Mario" una y otra vez.
Y Serrat me toma de los hombros y me dice "¿Cuál Mario, tío? ¿De qué Mario me estás hablando?" y le digo yo "De Benedetti, carajo, se murió Benedetti"
Y Serrat se pone como si le hubiera dado un tiro. Se lleva la mano al pecho volteando a todos lados. Buscando con la otra mano un lugar dónde apoyarse, da con el roble, se recarga en él, y se deja caer al piso. Llorando sin sollozos.
En cambio, yo ya tengo hipo, y sendos lagrimones me dejan la bufanda como sopa.
Serrat y yo lloramos juntos, rodeados por las quince personas que en silencio nos veían -a mí de pie, a él sentado- lagrimear. do.
Eventualmente dejo, dejamos de llorar. Sólo entonces me quito los lentes empañados, y me tallo los ojos con los puños cerrados. Serrat también se talla, pero él con las palmas abiertas.

Cuando a la mañana siguiente le digo a mamá que tuve un sueño raro, y ella pregunta "¿Qué soñaste?" yo le contesto que soñé un cuento de Benedetti.

domingo, 14 de septiembre de 2008

desbordándome

Cristian vivía en la casa de la izquierda. Parecía chino y era mi mejor amigo. Su familia era cristiana, y me invitaron a ir a la iglesia con ellos un par de veces. Algo que tienen en común todas las religiones es que son aburridas. Pero a mí se me hacía muy chistoso que se llamara Cristian y fuese cristiano. Jugábamos a los carritos en su patio. Tenía muchas piedritas y hacíamos caminos. Alguien, no sé quien, me regaló una vez una especie de croquis para jugar a los carritos. Con calles, espacios para estacionarse y todo. Yo lo llevaba a casa de Cristian y se lo presumía, y jugábamos en él, y acababa todo raspado por las piedritas. Una vez entré a su casa. Era fea, pero en su cuarto tenía una alfombra enorme con más callecitas, autopistas y estacionamientos de los que jamás había imaginado. Desde esa vez, no volví a sacar mi mapita.

Cristian tenía una litera que me fascinaba aunque siempre oliera a orines. Él y su hermano mayor (que a mí se me hacía enorme, pero en realidad debió haber tenido unos nueve años) dormían en la cama de arriba. Su hermana menor dormía en la cama de abajo. Una noche, la cama de arriba se cayó y su hermana murió al intante. No sé por qué no me acuerdo de su nombre.

Sólo éramos dos niños en mi calle. O por lo menos en ese lado de la acera. Nunca -jamás de los jamases- cruzábamos la calle.
Una tarde llegó David a la casa de al lado. La de la derecha. Tenía juguetes de los caballeros del zodiaco y con eso se ganó a Cristian. No lo niego, soy celoso. Preferí estar sólo, a tener medio amigo. Además, los dos eran más grandes y ya se sabían la tabla del dos. Yo ni sabía que era una tabla; y creo si hubiera sabido, quizás no habría tenido tantas ganas de saberlas.
Así que dejé de juntarme con Cristian y me encerré a cal y canto en mi casa. Pero luego su hermana se murió y se mudaron. A la Zona Río, creo. Cuando nos depedimos, me dijo que estaba invitado cuando quisiera. Pero nunca lo volví a ver.

David y yo nos hicimos mejores amigos, pero creo que nunca lo quise mucho. Él era Yoga y yo Seiya, y yo tenía un bat de baseball y jugábamos en mi patio sin entender mucho lo que hacíamos.
Un día, apareció Édgar. Vivía a tres casas a la derecha, y tenía un jardín enorme y plano. Todos los patios que conocía eran inclinados, y si jugabas fútbol, la pelota siempre iba a gol. Pero el patio de Édgar era enorme, y su papá vendía maquinitas de videojuegos (de esas que hay en las pizzerías) y nosotros podíamos jugar gratis. Además, sus rejas eran altas y no volábamos la pelota cada cinco minutos.

Una tarde jugábamos con nuestros dinosaurios de Jurassic Park mientras comíamos pasto y el sol caía. Al día siguiente yo tenía que volar a México para ver a mi papá y no los vería por dos meses. Y el sol estaba rojo y yo, no sé por qué, supe que ese momento era el último día de mi infancia. Todavía lo pienso. Todavía pienso que a los siete años se me murió la infancia.

miércoles, 13 de agosto de 2008

lunes, 11 de agosto de 2008

A Felizardo no se le para

- ¿Qué sucede?
- No sé
- ¿Te sientes incómodo?
- No
- ¿Pasó algo malo?
- No realmente
- ¿Te molestó lo que hice?
- ¿Qué cosa?
- Lo de los dientes
- No, no me molestó
- ¿Estás preocupado por algo?
- No
- ¿No te gusto?
- Sí, claro que me gustas
- ¿Entonces?
- Se me olvidó que venías hoy y desayuné pato.

Felizardo se encuentra a la vecina en las escaleras

- Buenas tardes
- Buenas
- Oye, una preguntita: ¿tú no sabes quién dejó abierta la puerta del cancel anoche?
- No, vecina; yo anoche cené una ensalada rusa

Felizardo contesta el teléfono

- Sí, ¿bueno?
- ¿Bueno?
- ¿Con quién hablo?
- ¿Con quién desea hablar?
- Con Felizardo
- Yo soy Felizardo... pero no soy él, soy otro.

sábado, 19 de julio de 2008

La mancha

Y a él se le ocurrió preguntar a las 12.30 de la noche

-¿Qué escribo?-

Y ella respondió:

-Algo de un alienígena-

Minutos después, él preguntaba:

-Un alienígena, ¿y qué más?-

Y ella.

-Y un perro-


Y así salió esto.



Saúl Omar despertó a media madrugada. En medio del habitual silencio nocturno de su casa de campo, se escuchaba el seco andar de quienquiera que estuviese merodeando por su sala. Sin dudarlo, y con la mayor calma posible, Saúl Omar sacó su rifle del armario y tomó dos cartuchos nuevos en completo silencio. Tan sólo se escuchó el sordo «tchk» del arma al cargarse.

Abrió la puerta del cuarto, bajó las escaleras, cruzó el pasillo, llegó a la sala. Una serie de huellas azules semi-fluorescentes llegaban a la puerta del baño. Una luz azul salía entre las orillas de la puerta. Saúl Omar tragó saliva, empuñó el rifle, y soltó una patada que dejó en astillas el marco de la puerta.

Dentro, una criatura se limpiaba su mano de tres dedos con papel de baño. Su primera reacción fue voltear a ver a Saúl Omar con aquellos ojos negros largos, enormes, con los párpados fijados verticalmente. Saúl le encajó un disparo entre ojo y ojo.
Salió completamente asqueado del baño. Gotas de esa sangre - a la vez metálica y líquida, como el mercurio- todavía se deslizaban por sus piernas velludas.

Salió a vomitar al jardín. Las huellas fluorescentes iban todavía por ahí. Cuando escupió el último resto de su cena, notó que algo brillaba con mayor intensidad cerca del pozo. Se dirigió hacia allí con el estómago todavía revuelto.

Cuando llegó, encontró a su perro, Flavio, tirado entre la maleza. Parecía muerto, pero todavía respiraba. Lento y pausado, a veces casi ronco; pero respiraba. Su pelaje tenía montones de las manchas fluorescentes.

Saúl Omar celebró, satisfecho, que su viejo ovejero siguiera vivo. Sin embargo, al momento de acercarse para comprobar que no tuviera herida alguna, Saúl Omar lo descubrió: las manchas fluorescentes que se distribuían por todo el pelaje de Flavio estaban especialmente concentradas en su zona genital. El perro no estaba muerto, estaba cansado; y Saúl Omar comprendió qué era lo que estaba limpiándose el alienígena dentro del baño.

jueves, 10 de julio de 2008

Tanates I

Joaquín estornudó en su celda, y del otro lado del mundo explotaban los canarios. Ya era tarde, no era hora, pero Roberto el intruso se deslizó entre los barrotes, caminó de puntas, dio una pirueta en el aire y le dijo a Joaquín al oído:
-Te voy a morder los tanates-

lunes, 7 de julio de 2008

A veces me repito que ya es hora

A veces me repito que ya es hora
A veces necesito ver su cara
A veces no
A veces siento que voy a explotar si no hablo con alguien- ¡con quien sea!
A veces me doy cuenta de que nadie está conectado
A veces me siento como el tango: fané y descangayado
A veces me repito que ya es hora
A veces dan ganas de volver a fumar y tomar café en la terraza
A veces despotrico contra las almohadas
A veces me dan ganas de tener ganas de estudiar comunicación
A veces realmente tengo ganas de estudiar comunicación
A veces dejo de tener ganas de
A veces se hace de noche y veo las temporadas de House
A veces me doy cuenta de que no hice nada importante en el día
A veces me repito que ya es hora
A veces me dan ganas de fugarme en un tren
A veces quiero comprar un boleto de avión sin saber a donde voy
A veces quisiera que bajara la gasolina para que me alcance pa' llegar más allá de mexicali
A veces quisiera robarme un barquito para terminar en australia como los pescadorcitos esos
A veces me repito que ya es hora

Y a veces
de un tiempo para acá
alargo el insomnio
y maldigo cuando despierto.

domingo, 29 de junio de 2008

Préstamos

Soy un baboso en cuanto a prestar cosas se trata.
porque el 80% de las veces que presto algo, no vuelve a mis manos
y yo sé que eso le pasa a todo el mundo y no me hace especialmente baboso.

Pero mi exceso de babosidad viene del hecho de que realmente me gusta que no me regresen las cosas que he prestado.

Saber que algoque yo quise compartirles los haya enamorado tanto como para que me eviten en las banquetas para mi es wow.

Y bien vale la pena dejar ese cachito de papel en sus manos
no importan los 200 pesos perdidos

viernes, 20 de junio de 2008

Lindos tiempos y llamadas anónimas

Creo que yo tenía cuatro años y en ese entonces vivíamos con mis abuelos. Eran lindos tiempos. Como no había niños en la cuadra yo me la vivía prácticamente entre el kinder y la televisión, y en esos tiempos el tiempo no tenía sentido: Un capítulo de los supersónicos para mí equivalía a un día entero de vida cuando en realidad sólo duraba una media horilla; y cuando en mis libros de mafalda había una coma guardaba la respiración tres segundos exactos (imaginen a este filocronopio con 80 cm. de estatura sentado en el excusado con unas piernitas flacas "colgando graciosamente" mientras cuenta "uuuno, dooos, trees" cada seis segundos).

Sí, eran buenos tiempos.

Aunque las piernas se me dormían muy seguido.

Y cuando mi abuela se ponía a hacer la comida, yo la hacía jugar a las escondidas conmigo; y si se quemaba el arroz pedíamos pizza.

Luego, mi mamá se iba a trabajar en las tardes; y cuando regresaba se ponía a tocar la guitarra mientras yo me metía en el estuche con todos mis peluches y hacía como que navegaba en el parquet.

También por la tarde mi abuelo se iba a trabajar al consultorio, y el hecho de que se fuera no-sé-porqué me hacía sentir peor que cuando se iba mi mamá. Por eso, un día le pedí el teléfono del consultorio a mi abuela, y ella me lo dio sin mayor problema; pero cuando le iba a marcar ya se me había olvidado. Entonces marqué un número cualquiera y me respondió un muchacho y le pregunté que si estaba mi abuelo y él me dijo que no, pero yo le pregunté que si no me lo podía pasar, y él me dijo que no por que ahí no vivía, y yo le dije que yo quería hablar con mi abuelo, y él me decía que pues que no se podía por que ahí no estaba mi abuelo.

Entonces lo que le iba a platicar a mi abuelo se lo empecé a contar a él y el me escuchó y me hizo plática un rato también. Después colgamos y me di cuenta de que yo tenía un amigo. Y curiosamente, aunque nunca me pude aprender el número del consultorio de mi abuelo, el del muchacho sí me lo aprendí, entonces yo le marcaba en las tardes y le contaba mi día, y él me escuchaba y me preguntaba por el número de teléfono de mi casa (que tampoco me sabía) y yo le decía que iba a investigar y me salía al patio y veía el número de la dirección de mi casa, y yo juraba que ese era el número de teléfono aunque faltaran dos dígitos; pero él no entendía.

Un día mi tío subió al cuarto de mis abuelos y me escuchó mientras hablaba. Yo no me dí cuenta. Al parecer mi tío le dió al redial y habló con el muchacho. Después hablaron conmigo y me dijeron que no esatba bien que hablara con extraños y que qué suerte que el muchacho era buena gente y no sé qué otras cosas.

Nunca le volví a marcar. Hace poco me enteré que yo marcaba a una panadería del centro.

jueves, 19 de junio de 2008

Conversación entre una madre y un hijo a las 4:17 de la mañana en la cocina (obra en un acto)

ESCENARIO
Cocina cualquiera. Millones de canastitas colgadas en la pared. Una gata durmiendo en el mantel.

Se abre el telón
Se encienden las luces. El HIJO estará de pie junto al refrigerador. Sólo lleva boxers y pantuflas del cookie monster. Aparecerá tomandi cocacolalight directamente-de-la-botella. Hace su entrada la MADRE.


MADRE
-¿Qué haces despierto?-

HIJO
-Me dio un ataque de sed y vine a violar tu cocacola. ¿Y tú? ¿Te desperté?-

MADRE
-No, a mi me dio un ataque de mi....- [aquí la MADRE hace como que dice algo, pero no se le entiende nada. Lo que los captions de los dvds llaman "unrecognizable mumbling"]

HIJO
-¿Qué? ¿De migraña?

MADRE
-No, de miar-

Se apagan las luces.

Se cierra el telón

martes, 17 de junio de 2008

Swoosh


Ok, haremos esto: Yo haré como que ustedes -los que me leen- son un friego. O que por lo menos son algunos... Bueno, con dos o tres me conformo (y hasta me sorprendo).Ok, haremos esto: YO haré como que ustedes -los que estén leyendo- son un friego. O que por lo menos son dos o tres (yo con eso me conformo).

Mientras tanto, ustedes harán como que realmente les interesa leer lo que escribo y como que lo que escribo sale del culo de dios o algo por el estilo.

Así ninguna de las partes se decepciona


Y bueno, me presento.

Me llamo Humberto-Enrique-Peña-Cano. El nombre es aburrido y telenovelero, pero qué le vamos a hacer.

Tengo dieciocho-casi-diecinueve-años

soy Virgo de Agosto para los que se interesan por esas cosas.

No hago mucho de mi vida: leo, veo películas, salgo con mi novia, leo, veo películas con mi novia, salgo con un libro, leo, batallo con mi enorme bagaje de complejos, leo, veo el techo de la pared, como doritos, salgo para afuera y entro para adentro, leo, aprendo miles y miles de datos inútiles día a día, leo (creo que es por eso lo de los datos inútiles), me enamoro cada tres minutos, me desenamoro cada dos, leo, y, si es martes, me pongo a limpiar la almohada de los restos de mariposas muertas que-todavía-no-sé-de-donde-salen. Ah, y luego leo.

No creo que muchos se lo imaginen, pero tengo una pasión más grande que la lectura.

Oh, sí, se llama escribir…

¿Saben de qué hablo? ¿No recuerdan aquello de ponerse uno a hacer palabritas con plumas, tinta, pergamino y en que aparentan ser Cervantes mientras la punta de la pluma hace swoosh cuando intentan colar un “En algún lugar de la Mancha, de cuyo nombre no puedo acordarme…” en cada frase? ¿No? ¿Soy yo sólo yo, entonces?

En realidad no hago eso…

…siempre.

Pero sí escribo. Y quiero pensar que no tan mal. De hecho, creo que hago eso bastante mejor que cualquier otra cosa de las que hago.

Que no es decir mucho.


En fin, creo que este es el fin del primer post de deveritas del blog.

lunes, 14 de abril de 2008

Además

Adrián llega antes de tiempo a la cita. Demasiado antes, se dice. Toma asiento y pide un café. No, mejor pide una coca-cola. Siempre se siente extraño cuando pide café. Como si lo fueran a regañar por pedirlo. O como si no perteneciera al club de los adultos y el traje le sentara grande. Qué va, al fin y al cabo tengo treinta y cuatro años, creo que si a estas alturas no puedo pedir lo que quiero; se va diciendo mientras llama al mesero para pedirle que le cambie su coca por un café.

El mesero lo regaña porque ya pasó la orden y ahora tendrá que cancelarla y seguramente ya estará lista y mire señor, ya está allá en la barra y cuando alguien cancela algo lo tengo que pagar yo de mi cartera, y en estos tiempos ya no se puede señor, no sea así. Y Adrián le dice que perdón, perdón, si quiere mejor me trae el café además de la coca-cola. El mesero se va y dos minutos después, Adrian, ante su taza y su coca cola, se pregunta por qué nunca puede pedir un café sin ser regañado.

lunes, 3 de marzo de 2008

Azotando la puerta

«¡Ya cállese!» gritó y salió azotando la puerta del salón de clases donde segundos antes el profesor hablaba de mitocondrias hasta que desde el fondo del salón le gritaron que se callara porque el alumno que después saldría azotando la puerta no se podía concentrar en el cuento que iba escribiendo y que empezaba con un "¡Ya cállese!" seguido de un tachón.

Historia de uno

antes de dormir uno deja sus luces encendidas y empieza a recorrer su cuarto sin buscar nada. sólo pensando. pensando naderías, arreglando al mundo en su cabeza, imaginándose en la calle, retrazando las cuadras de la ciudad, creando órdenes militares, acortando distancias con sus allegados. luego uno se tumba a leer y a esperar que caiga el sueño, un poco deprimido por no haber hecho lo que quería hacer ese día, otro tanto deprimido por lo malo que va a suceder mañana pero que no se puede evitar y que es mucho más sencillo aguantar…

acaso uno termina el libro, da una vuelta en la cama, se levanta, y vuelve a deambular por su cuarto. por costumbre, el terminar un libro lo impacta y pierde el sueño. va por agua. mientras se va llenando el vaso le entran unas ganas urgentes de orinar, detiene la herida del garrafón y va corriendo al baño. sale del baño y entra al cuarto, olvida el vaso a medio llenar en la cocina. vuelve al cuarto, pasa quince minutos buscando un disco para poner la canción que traía en mente; finalmente lo encuentra y lo pone, al medio minuto lo quita. no esta de humor para eso. luego uno vuelve a la cama y apaga la lámpara. se quita el reloj, tienta bajo la cama buscando los lentes para ponerlos en el buró; mismos lentes que uno terminará tirando debajo de la cama durante su sueño. se acurruca, el sueño se va acercando… lo detiene mientras acomoda las persianas. a veces el insomnio se detiene demasiado tiempo en uno. por fin parece que va a llegar.

pero el sueño no llega, y llegan una serie de ideas que lo atormentan: que si colgó la toalla en la mañana, que la repisa sobre la cabeza de la cama ya se va a caer, que cuándo le va a bajar a la novia, que porqué el cuac de los patos no produce eco, y así, tantas ideas que le agobian a uno el sueño. se para entre el cuac de los patos para poner tape negro sobre el relojito luminoso de la video-casetera. vuelve a la cama, todo está en calma. por fin, uno comienza a dormirse dejando al lado el cuac y los vasos a medio llenar. el sueño va cayendo y cayendo hasta que se desploma sobre uno.

y ya verá que hace uno si en la noche lo despiertas.

miércoles, 2 de enero de 2008

La mano

Despierto por quinta vez del mismo sueño, con la mano en el pecho y el “no puede ser, no puede ser” en los labios, y las vueltas en la cama, y las manos se hacen puños, y este peso en la espalda, y los pies. Los pies buscando dónde la sábana está más fría, y los ojos cerrados bajo la almohada y el trago amargo de saliva. Luego, la cabeza entre los brazos y los brazos bajo la colcha, la colcha que no calienta, y este frío, y esta mano no es mía, y las patadas a las sábanas, y el pie atorado en la cobija, y yo en el suelo, y la mano, otra vez esa mano. Yo me arrastro por la alfombra, y mi mano toma la perilla. Después viene la loseta del pasillo, y este frío, carajo, y el jarrón roto, y tanta sangre, y mira la rodilla, y vuelve la mano, y suelto un golpe, y me jala, y me suelto, y me encierro en el baño, y pongo el seguro, y vomito en el piso, y abro el chorro agua fría. Tiemblo, y la garganta me está raspando, y tengo la nariz húmeda, y además oigo los pasos y los gritos, y yo doy vueltas. Y de pronto el silencio. Y el silencio. Y este silencio. Y la mano blanca en la ventana. Y yo corro las cortinas, y me encierro en la regadera, y respiro profundo, y abro el agua caliente, y me recargo contra la pared, y ya no hace frío . Las pastillas en la boca, y la cara de mi mujer encima de mi, y ella tiembla, y ella llora, y yo me duermo y sueño por sexta vez el mismo sueño.