miércoles, 2 de enero de 2008

La mano

Despierto por quinta vez del mismo sueño, con la mano en el pecho y el “no puede ser, no puede ser” en los labios, y las vueltas en la cama, y las manos se hacen puños, y este peso en la espalda, y los pies. Los pies buscando dónde la sábana está más fría, y los ojos cerrados bajo la almohada y el trago amargo de saliva. Luego, la cabeza entre los brazos y los brazos bajo la colcha, la colcha que no calienta, y este frío, y esta mano no es mía, y las patadas a las sábanas, y el pie atorado en la cobija, y yo en el suelo, y la mano, otra vez esa mano. Yo me arrastro por la alfombra, y mi mano toma la perilla. Después viene la loseta del pasillo, y este frío, carajo, y el jarrón roto, y tanta sangre, y mira la rodilla, y vuelve la mano, y suelto un golpe, y me jala, y me suelto, y me encierro en el baño, y pongo el seguro, y vomito en el piso, y abro el chorro agua fría. Tiemblo, y la garganta me está raspando, y tengo la nariz húmeda, y además oigo los pasos y los gritos, y yo doy vueltas. Y de pronto el silencio. Y el silencio. Y este silencio. Y la mano blanca en la ventana. Y yo corro las cortinas, y me encierro en la regadera, y respiro profundo, y abro el agua caliente, y me recargo contra la pared, y ya no hace frío . Las pastillas en la boca, y la cara de mi mujer encima de mi, y ella tiembla, y ella llora, y yo me duermo y sueño por sexta vez el mismo sueño.