lunes, 14 de abril de 2008

Además

Adrián llega antes de tiempo a la cita. Demasiado antes, se dice. Toma asiento y pide un café. No, mejor pide una coca-cola. Siempre se siente extraño cuando pide café. Como si lo fueran a regañar por pedirlo. O como si no perteneciera al club de los adultos y el traje le sentara grande. Qué va, al fin y al cabo tengo treinta y cuatro años, creo que si a estas alturas no puedo pedir lo que quiero; se va diciendo mientras llama al mesero para pedirle que le cambie su coca por un café.

El mesero lo regaña porque ya pasó la orden y ahora tendrá que cancelarla y seguramente ya estará lista y mire señor, ya está allá en la barra y cuando alguien cancela algo lo tengo que pagar yo de mi cartera, y en estos tiempos ya no se puede señor, no sea así. Y Adrián le dice que perdón, perdón, si quiere mejor me trae el café además de la coca-cola. El mesero se va y dos minutos después, Adrian, ante su taza y su coca cola, se pregunta por qué nunca puede pedir un café sin ser regañado.