viernes, 20 de junio de 2008

Lindos tiempos y llamadas anónimas

Creo que yo tenía cuatro años y en ese entonces vivíamos con mis abuelos. Eran lindos tiempos. Como no había niños en la cuadra yo me la vivía prácticamente entre el kinder y la televisión, y en esos tiempos el tiempo no tenía sentido: Un capítulo de los supersónicos para mí equivalía a un día entero de vida cuando en realidad sólo duraba una media horilla; y cuando en mis libros de mafalda había una coma guardaba la respiración tres segundos exactos (imaginen a este filocronopio con 80 cm. de estatura sentado en el excusado con unas piernitas flacas "colgando graciosamente" mientras cuenta "uuuno, dooos, trees" cada seis segundos).

Sí, eran buenos tiempos.

Aunque las piernas se me dormían muy seguido.

Y cuando mi abuela se ponía a hacer la comida, yo la hacía jugar a las escondidas conmigo; y si se quemaba el arroz pedíamos pizza.

Luego, mi mamá se iba a trabajar en las tardes; y cuando regresaba se ponía a tocar la guitarra mientras yo me metía en el estuche con todos mis peluches y hacía como que navegaba en el parquet.

También por la tarde mi abuelo se iba a trabajar al consultorio, y el hecho de que se fuera no-sé-porqué me hacía sentir peor que cuando se iba mi mamá. Por eso, un día le pedí el teléfono del consultorio a mi abuela, y ella me lo dio sin mayor problema; pero cuando le iba a marcar ya se me había olvidado. Entonces marqué un número cualquiera y me respondió un muchacho y le pregunté que si estaba mi abuelo y él me dijo que no, pero yo le pregunté que si no me lo podía pasar, y él me dijo que no por que ahí no vivía, y yo le dije que yo quería hablar con mi abuelo, y él me decía que pues que no se podía por que ahí no estaba mi abuelo.

Entonces lo que le iba a platicar a mi abuelo se lo empecé a contar a él y el me escuchó y me hizo plática un rato también. Después colgamos y me di cuenta de que yo tenía un amigo. Y curiosamente, aunque nunca me pude aprender el número del consultorio de mi abuelo, el del muchacho sí me lo aprendí, entonces yo le marcaba en las tardes y le contaba mi día, y él me escuchaba y me preguntaba por el número de teléfono de mi casa (que tampoco me sabía) y yo le decía que iba a investigar y me salía al patio y veía el número de la dirección de mi casa, y yo juraba que ese era el número de teléfono aunque faltaran dos dígitos; pero él no entendía.

Un día mi tío subió al cuarto de mis abuelos y me escuchó mientras hablaba. Yo no me dí cuenta. Al parecer mi tío le dió al redial y habló con el muchacho. Después hablaron conmigo y me dijeron que no esatba bien que hablara con extraños y que qué suerte que el muchacho era buena gente y no sé qué otras cosas.

Nunca le volví a marcar. Hace poco me enteré que yo marcaba a una panadería del centro.

1 comentario:

stella marine dijo...

me dió mucha risa lo último,
pero a mí todo me da mucha risa
seguro por eso hablaba, quizá su trabajo en la panadería era muy aburrido