jueves, 19 de marzo de 2009

En el pasto.

Llevo tres horas tirado en el pasto; y como papá nunca estaba, solía dejarme con el abuelo. Mi abuelo era el que iba por mí al kínder, por ejemplo; y suya era la comida que comía; y era en su trabajo donde yo pasaba las tardes, y su casa en la que dormía. Mi abuelo era peluquero, y siempre le preguntaba cómo es que, siendo peluquero, era calvo. “No hagas preguntas tontas” me decía; pero ahora que lo pienso, nunca respondió mi pregunta.

Llevo tres horas tirado en el pasto, y me duele la espalda del frío. “La tierra es fría” decía mi abuelo “pero ahí es donde tenemos que acabar para ahogar los calores de la vida”. Mi madre se fue cuando yo tenía tres años, y decidió dejarme con papá, quien pasó a dejarme con mi abuelo. Papá casi nunca dormía en casa, y a decir verdad nunca supe dónde pasaba la noche. Algunos días libres pasaba a la casa y me llevaba al parque. O, más bien, lo llevaba yo a él y le mostraba mis lugares favoritos. Pero papá se cansaba rápido, y, cuando terminaba por aburrirse, me regresaba a la peluquería de mi abuelo. Papá leía el periódico, me acuerdo, y veía pasar a las muchachas sentado en una banca del parque. Si le preguntaba a dónde se había ido mi mamá, me decía “lejos” y volteaba a ver a otra parte. “Vive en un observatorio y estudia las estrellas” me dijo una noche mi abuelo “Se pasa todas las noches viéndolas. Lo mismo hizo tu abuela, ¿sabes? Las mujeres en esta familia se mueven como la corriente alterna.”

Llevo tres horas tirado en el pasto; y recuerdo aquella vez en que me caí por la cisterna del parque. Había brincado desde una rama buscando no caer en las raíces, pero la lámina de metal en vez de hacer plank, como siempre, tronó y dejó que me tragaran dos metros de tierra y agua. Cuando me sacaron los bomberos, mi abuelo, llorando, me abofeteó y me estrujó diciéndome “Rodolfito, Rodolfito” como nunca me decía.

Llevo tres horas tirado en el pasto; y de chico barría el cabello del piso mientras mi abuelo me daba cátedra de cómo se le debía cortar el pelo a un caballero. Desde los nueve años me enseñó a usar las tijeras, y me dejaba practicar con cuantas cabezas de maniquí me encontraba en el ático; y ya cuando pasé de los diez, hubo quien se animó a permitirme meterle tijera. “Ya manejas un oficio; y siempre que necesites un pan puedes darle uso” pero que siguiera estudiando, solía decirme, “Porque ni ladrones, ni boxeadores, ni policías quiero en mi familia… ¡ni peluqueros! ¿Quieres terminar como yo?”. Y yo sí quería.

Llevo tres horas tirado en el pasto; y cuando le empezó la tos, decía que era por los sucios que le dejaban flotando la caspa en la barbería. Pero fumaba mucho; sobre todo cuando nos tirábamos en las butacas de cuero rojo para ver el fútbol con el cliente de turno. Había quienes programaban sus cortes para que coincidieran con el partido de su equipo favorito. No había como verlo gritar tijeras en mano. Pero la tos le llegaba pronto. “Seca... y de perro sarnoso” como él la llamaba. Había días en que se tiraba al suelo y arqueaba la espalda dando puñetazos al suelo por el dolor. Luego quedaba rojo y rendido, cubierto de sudor y de saliva.

Y ahora me dicen que me tengo que ir, que ya están cerrando el panteón.

Yo ya llevo tres horas tirado en el pasto de mi abuelo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Vale la pena su desvelo por leer cosas tan bonitas como esta... saluditos Jovenooo!

Carolina dijo...

que lindo :).
me hizo pensar en mi abuelo.
que me leía el periódico y me enseñó a jugar ajedrez.

:)

Carolina dijo...

Mi abuelo se murió hace diez años.

Y yo ya no juego ajedrez.

lamatce dijo...

Es lindo, pero muy triste, pensé en tu abuelo y se me hizo un nudo en la garganta (mmmg)

Zamara dijo...

Casi lloro, marica. Me gustó. ¿Te veré hoy, acaso?