jueves, 25 de octubre de 2007

Disneylandia.

Me separé de la mano de mi madre para ver, fascinado, a los Dumbos mecánicos que daban vueltas en el aire. Era mi primera vez en Disneylandia, y cuando volteé, no encontré ningún rostro conocido. Mi madre y mis abuelos habían seguido caminando sin notar mi ausencia. Tendría apenas cinco años, y el miedo se me hacía tierra en la garganta. Me quedé quietecito, con lágrimas en los ojos, gritando "Mamá". Dos gringas, fofas ya, se acercaron a preguntarme quién sabe qué cosa. Sólo entendí "mommy", así que supongo que me preguntaban si la había perdido. Me sentí incómodo, estorbaban. Escuché que gritaban "Beto" y vi que mi madre venía hacía mí. Yo corrí hacia ella, -¿cómo no podía hacerlo?- y nos dimos un abrazo tremendo.

Entre las lágrimas me di cuenta de lo espectacular del abrazo. Tan hollywoodesco fue, que le dije "a ver, otra vez" y me separé de ella, y volví a correr a sus brazos.

Qué ridículo era.

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