jueves, 15 de enero de 2009

De vendajes y rutas de escape

Si vamos en el carro, y por alguna extraña razón mi papá y yo nos quedamos callados, él como que agarra valor y empieza a hacer preguntas molestas tipo "¿Y todavía no has tenido relaciones, verdad?" o "¿Ya sabes qué vas a hacer de tu vida?". Y claro, como buen hijo que soy, yo le respondo exactamente lo que quiere escuchar. Lo malo viene a ser que como que se trasluce el hecho de que no estoy muy convencido de lo que le digo, entonces tengo que chutarme el resto del viaje escuchando moralinas de tipo "¿Es que tienes idea de cómo le harías si tienes un hijo? ¿Estás consciente de que tendrías que dejar la carrera, conseguirte un trabajo y armar una familia? ¿Te sientes listo? ¿Eh? ¿¡Eh!?" Y yo, que sé bien que no estoy listo para traer un bodoque al mundo, empiezo a sentirme mal, y culpable (tengo un enorme complejo de culpa), y me entra la neura, y se me baja la presión, y así todo feo. Y aunque sé bien que mi padre nomás está jugando con mi cabeza, termino convencido de que lo mejor sería vendarme, de una vez por todas, y para siempre, los genitales.

Pero claro, la castidad se me derrite al primer contoneo de unas caderas. Siempre digo, -y hoy repito- que yo sería un excelente jesuita de no ser por la parte de la castidad. Bueno, eso y el hecho de que no soy católico. Pero lo cierto es que la castidad es el mayor motivo. En lo otro puedo hacerme pendejo. Pero carajo, amo las caderas.

Por suerte, con el paso de los años he logrado encontrar la forma de evitarme preguntas incómodas, y molestas lecciones de vida: Todo radica en evitar el silencio. A toda costa. Y, por ejemplo, empezar a preguntar: "¿Quién se encargará del diseño de las placas de los carros?" o "Eso de la pista de hielo me parece muy divertido". Lo segundo es lo mejor, porque mi padre se pone a pontificar, fácil, fácil, unos cuarenta minutos contra los gobiernos perredistas. Yo, que la verdad sea dicha, tengo una cierta debilidad por el Marcelito Ebrard, me trago mis comentarios y hago como que escucho -aunque por dentro me esté purgando- con el único fin de no estar castrado psicológicamente por las siguientes dos horas.

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