domingo, 2 de agosto de 2009

Tres (breves) historias de la Ciudad de México.


Jamaica.

Le consiguió un libro del ochocientos encuadernado en cuero. Lo mantuvo en su cuarto tres meses, una semana y cuatro días sin decidirse a entregárselo. Alguna mañana cerró un libro -cualquier libro- y decidió que había descubierto lo que le hacía falta: fue al mercado de Jamaica y se dedicó a robar o a pedir flores.

Cuando ella lo abrió, se encontró con una flor distinta cada tres páginas.


Metro.
Me tomó la mano.

No sé por qué, pero tomó mi mano de la nada. Yo volteé a verla, y era linda, y era morena, y tenía los ojos ligeramente rasgados, y clavaba la vista al frente, y recargaba la espalda contra la puerta. Y no supe decir nada, pero decidí perder también la vista en el vacío sin soltarme de su mano.

Por el movimiento del vagón nuestros hombros colapsaron, pero decidimos no separarlos. La gente, toda la gente del mundo decidió entrar al vagón al mismo tiempo. Nos aplastaron, pero nos aplastaron juntos. Nos aferramos al otro, a los brazos del otro, como desesperados. Recorrimos cuatro estaciones abrazados, sin cruzar palabra. Transbordamos en la misma estación, nos salvamos de todos, nos guiamos entre todos, siempre de la mano. Esperamos en el andén, cómplices, callados. Hizo que me sentara, se sentó en mis piernas, me olisqueó el cuello. Se levantó, me besó la frente, me dijo “hoy te quise”.

Luego se fue.


Marcadores.
Caminando por el mercado de Sonora se encontró un letrero que decía "Se venden marcadores para marcar recuerdos".

No dejó de sonreír todo el día.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo quiero muchos de esos marcadores para mis muchos recuerdos desordenados.

P a p a s q u i a r o dijo...

en relación a tu entrada "canto del ciego" de más abajo:
en la novela 2666, el cretino del bolaño, habla de un pintor que decidió cercenarse la mano (no recuerdo cuál). esa mano la incorporó a la pintura, vaya uno a saber cómo. lo importante, en este caso, es que esa pintura causó revuelo internacional y se convirtió en una obra maestra. costó un putero de euros o panchólares, ya no recuerdo.

moraleja: los pendejos siempre se creen todo, además les gusta escandalizar. lamentablemente así es el público: una efímera parvada de fanáticos.
total, yo hubiera ido a la carnicería y compro un riñón de res sin hacer tanta alharaca. digo, si la intención es exhibir una propuesta estética que tenga "riñones" y "sangre"
pues que mejor que la sangre y los riñones de una vaca que ya está muerta para qué tanto fanatismo jaja...
no obstante lo anterior creo que nunca se ha hecho una apuesta estética tan importante.

saludos.

Carmen María Hernández dijo...

¿Cómo sabías que me gustaban tanto las flores?

mélie. dijo...

Me encantaron los tres, y me hicieron sonreír también.

Te importa si uso la idea de la primera historia para hacer un regalo?