Te abrí la puerta de mi casa y luego la cerré en tus narices.
Tú no te fuiste.
Luego abrí una ventana del segundo piso, te invité a entrar por ella.
Y tú no te fuiste.
Caíste en una caja de arena para gato que yo, hábilmente, había colocado en tu camino.
En vez de irte molesta (como me imaginaba) me sonreíste; y así fue que caí en cuenta que realmente querías estar conmigo.
Tengo miedo.
¿Quién eres
y qué carajos quieres conmigo?
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