viernes, 13 de marzo de 2009

El edificio en Lavapiés (primera parte)

Se te hunden los pies en la alfombra; una de esas alfombras mullidas y verdes que dejan marcadas las huellas por días. Te encuentras con uno de esos apartamentos de viejos que tanto odiabas de chiquita. Muebles feos con millones de figurillas de porcelana, sillones duros forrados de plástico, candelabritos, paredes forradas con paneles de madera.
-Toma asiento- te dice el viejo con un acento español al que todavía no te has acostumbrado. En realidad, sólo ha pasado hora y media desde que el avión de Iberia te dejó a tu suerte en Madrid y el acento gachupín todavía no se te ha afianzado. De hecho, cuando el taxista te preguntó que si querías que pasara a cogerte después, estuviste a punto de soltarle una cachetada.

"Mirella Antonelli, Mirella Antonelli" se dice a sí mismo don Agustín mientras va a la cocina por tazas y la jarra de café. No sabes por qué repite tanto tu nombre.
-Eres la italiana, entonces- Te dice mientras te pasa tu taza.
-En realidad soy de Puebla.
-Pero Alonso siempre se ha referido a ti como "la italiana"
-Bueno, mi padre era el italiano, pero mi mamá también es poblana.
-De cualquier forma, para Alonso siempre has sido la italiana; por lo tanto también lo eres para mí.
-La italiana seré, entonces.- y ríes.
-Cuando mi esposa Inés todavía estaba con nosotros, no dejaba de pedirle a Alonso que le contara más cosas de "la italiana".
-Entonces hablaba mucho de mí, supongo.
-Más que de ninguna otra persona.- te responde.
Tú te quedas callada, sorbiendo de a poco tú café. Luego, le echas una ojeada discreta al reloj.
Don Agustín capta tu gesto -¿Te estoy aburriendo?- pregunta -Mira que Alonso no llegará hasta dentro de tres o cuatro horas-
-No, no me aburre; es sólo que todavía no me acostumbro a la hora.
-Sí, ha de ser eso.- Te responde y se queda mirándote desde su sillón verde.
Veinte minutos antes había abierto su puerta (verde, también) para ver quién hacía tanto escándalo en la puerta de Alonso. Y es que, con maletas y mochilas en las manos, sólo atinabas a darle a la puerta con el pie. "¿Por qué tanto escándalo?" te había dicho. Y tú le dijiste "Disculpe". "¿Lo buscas a Alonso?", te dijo. "¿Sí, sabe si está en su casa?", respondiste. "No llega hasta las seis... mi nombre es Agustín de Gívez, soy vecino de Alonso", "Mirella Antonelli, el gusto es mío". Luego él se repitió tu nombre, "Mirella Antonelli". Entonces se quedó callado mientras te veía desde el otro lado del pasillo. "Anda, pasa, que aquí lo esperas".

Ahora el viejo te sonríe.
-Y bueno, dime, ¿nada más has venido de sorpresa a ver si dabas con él?
-Pues... sí y no.
-¿Cómo es eso?
-Hace como ocho meses que Alonso me mandó un boleto abierto para Madrid en caso de que quisiera venir a visitarlo.
-¿Entonces sólo has venido por las vacaciones?
-No exactamente.
-¿Entonces?
-Acabo de renunciar a mi trabajo.
-Joder, ¿entonces nada más has renunciado para venirte?
-Más bien al revés; vine por haber renunciado, no renuncié por venirme.
-Entonces nada más te has escapado.
-Supongo que sí, joder.
-Mírate; no llevas ni tres horas aquí y ya estás imitando las expresiones españolas. Quedas mal, ¿sabes?
-Disculpe…
-No te lo tomes tan a pecho. Imagino que lo mismo ha de suceder allá en Méjico cuando algún español dice mejicanadas. ¿No también les suena a falso?
Y ríes otra vez; -Sí, un poco-
-Y otra cosa, no me hables de usted. Soy Agustín, y punto.
-Me parece bien, Agustín.

Ya en la segunda taza de café, preguntas: -Entonces, dígame ¿Alonso viene seguido?
-Algo, sí. Solía venir a comer y a platicar conmigo y con Inés. Bueno, propiamente a comer, no. Venía a hacernos de comer. Como mi Inés ya estaba muy enfermita, y yo no distingo una olla de un sartén, Alonso venía a hacernos uno de esos asados fabuloso que sabe hacer, y aprovechaba para comer en compañía. Y es que a mi Inés le tenía una paciencia impresionante. Se la envidiaba, incluso. No le molestaba repetirle sus historias sesenta veces, ni le molestaba saber que las tendría que repetir sesenta más. De ahí es que nos haya hablado tanto de ti.
Inés, que nunca se pudo aprender su nombre, me llamaba y me decía "Tino, dile al de la italiana que si esta noche viene a platicarme", y como me di cuenta que cuando Alonso le platicaba, mi Inesita se sentía mejor, empecé a invitarlo más seguido.
-Mira, qué lindo.
-Sí, pero con el maldito se me ha ido media reserva de vinos.- Te responde Agustín y te echas a reír; y, cuando ríes, a Agustín le brillan los ojos de goce.

- Como mi Inesita tenía prohibido el vino, teníamos que esperar a que se fuera a dormir; porque ella siempre fue de antojos, y si veía la botella y no le servíamos su copita hacía, un berrinche tremendo. Entonces, cuando Inés se decidía a dormir temprano, yo descorchaba una botella de vino para Alonso y para mí. Hasta eso, el chaval rara vez se ponía ansioso por que empinásemos el codo; pero ya frente a la botellita, le mete unas ganas que ni los ingleses.- Te dice Agustín, y tú otra vez ríes.
-Sí, Alonso suele hacer eso.- dices en lo que recuperas el aire.

5 comentarios:

Gabrielle Q. dijo...

Quiero saber más de Alonso.
De Alonso y 'la italiana'.

He quedado intrigada.

Carolina dijo...

Y qué pasa despues?! jaja :)..

Estudio comunicación... pero acá estoy en una facultad de periodismo.

Alguna vez quise estudiar literatura.. debe ser lindo..

Itzaminsky dijo...

confundiendo italianas con poblanas???

Carolina dijo...

ahhh! coincidencias de la vida.. entonces es probable que un día nos hubieramos cruzado en algún pasillo... y mira que la universidad es muy chica.

saludos bañados en alcohol :).
guardame mi tijuanense lugar, cronopio :)

Carolina dijo...

Te escribo porque no sabes leer. Si supieras no te escribiría, o te escribiría cosas importantes

:)

las frases que me regalas también son esperadas y recibidas con emoción.

ya dime qué pasa despues, cronopio suspensivo.