Y tú quizá te recuestas en mi hombro, y yo quizá me recuesto en tu cabeza. Quizá en la carretera me atrevo y suspiro un poco, y quizá -sólo quizá- ya sabes que hacía rato que venía suspirando. Suspirándote.
Eventualmente llegamos, pagamos y bajamos. Abro la reja del edificio y te dejo subir delante las escaleras. En el tercer piso está mi departamento y tú lo sabes porque hay una luna de cerámica colgando a un lado de la puerta. Mientras estamos afuera mi perrito ladra y golpea con sus patas la puerta. Pero no entramos. Yo te tomo la mano (hacía rato que nos hacía falta ese contacto), te llevo a la derecha, y te dejo en el pasillo frente a mi ventana. Te digo que me esperes, que no te muevas, que no tardo, que ahí vengo; y tú me dices "Sí, sí, sí, apúrate". Y yo entro a la casa, y entro a mi cuarto, y me pongo de rodillas en la cama, y abro las persianas, y te sonrío, y me sonríes, y abro la ventana, y te digo "Entra". Y tú me dices "¿Qué?", "Entra", "¿Por la ventana?", "Sí, entra", dudas, "Te paso mi bolsa", la tomo, la pongo a un lado "Siéntate en el marco y déjate caer; aquí está la cama", "Vale".
Puck.
Te quedas acostada con las pantorrillas todavía colgando del marco; yo me siento en el brazo del sillón y te observo observar.
No decimos nada por varios minutos.
"Creo que es como me lo imaginé"
Metes las pantorrillas, te sientas.
Haces preguntas, las contesto.
Te ofrezco una pijama.
Paso al baño mientras te cambias, y cuando vuelvo te encuentro empijamada.
Eres bella, ¿te lo he dicho?
Desde que empecé a hurgar en tus fotos del Facebook lo pienso.
Y creo que te lo digo.
O creo que deslizo mi brazo por tu cuello y te abrazo y te digo "Qué gusto, carajo".
Y apago la luz.
(La segunda parte está más abajo)
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