Sabes que las amígdalas se te ponen de corbata cuando juegas a las escondidas, cuando esperas quietecito tras los rosales, cuando no se te despinta la sonrisa eufórica en todo el tiempo que dura el juego. Sabes que se te sube el pulso, que caminas como borracho, que con la prisa podrías tropezar nueve veces con la misma piedra. Sabes que si te metes a un armario, el armario tiembla; que tus ataques de risa se escuchan al otro lado de la puerta del baño; que tiras, sin notarlo, todos los jarrones y dejas arrugadas todas las alfombras. Sabes que es demasiado fácil encontrarte, pero de todas formas juegas. Sabes que no sabes manejar tu adrenalina.
Tus tíos te alucinan porque siempre dejas un desastre, por eso casi nunca ves a tus primos. Pero hoy fuiste, y jugaron futbol, y volviste a ser el portero. Siempre eres el portero. Siempre desde que estabas solo frente a la portería y te orinaste de emoción. Fuiste el portero y atajaste dos, o tres, o cuatro con la cara. Y sólo a ti se te ocurre jugar con lentes.
Compartiste tu par de patines con tu primo Lalo: Un patín para cada uno. Pero tú sólo sabías dar vueltas sobre tu propio eje, y lo gozabas. Luego corriste a esconderte, junto a tus primos más pequeños, a la casa de tus tíos. Chocaste con un carro estacionado, pero no te importó; te estrellaste con la puerta porque no la abriste a tiempo, pero no te importó; te golpeaste contra un muro bajo mientras bajabas a la cava, pero no te importó. Compartías tu sonrisa con tus primitos, tus adorados primos.
Y no conocías la cava, y estaba muy oscuro, y no traías tus lentes, y uno de tus pies tenía un patín puesto. Pero tu viste, tú juras que viste que hacia el frente había un escalón pequeño, y mientras más adentro, más escondido; no me digas que no es cierto. Y diste el paso.
Mientras caías gritaste (o te dijeron que gritaste) "¡No hay piso, no hay piso!"
Luego el piso de cemento batido. Ylos gritos de tus primos. Y tú tirado revisando que siguieras vivo. Y el dolor tremendo en el muslo, en el codo, en la barbilla. Y llorando.
Encendieron la luz y te viste al final de una escalera completa; una escalera negra que no iba hacia el frente, como tú creías, sino hacia la izquierda, como no sabías. Y bajaron tus primos, los grandes, a cargarte y a subirte, y te tomas el tiempo, aún entre sollozos, para preguntarte cómo es que un cuarto puede ser tan blanco.
Te pusieron pomada, te limpiaron la sangre y te dijeron que no le dijeras nada a tus tíos. Al paso de una hora ya te habías olvidado: jugabas cartas.
Años después te atreviste a volver a bajar a la cava. Te acompañó tu primo Lalo, y se aseguró de encender la luz primero. Descubriste que las escaleras no eran negras, sino grises, y que las paredes blanquísimas ya eran azules. Preguntaste, casi distraído, si habían pintado recientemente. Lalo te volteó a verte y te dijo con voz queda "Siempre han sido azules".
3 comentarios:
pinche ternura tragicomica, muy chingon caom... La imagen del portero jaja me recordaste cosas de mi infancia. Curiosamente yo era el goleador de mi equipo xD jaja bien pudiste ser uno de tantos niños a los que les quebre los lentas :( jaja chalees... Un abrazo
Holas, vacas apestosas. Ya vuelvan.
Ayer en la mezcalera Julio Chamuco habló tan bien de ti. Te adora, Dice que no se pierde tu sección en Arte de vivr, y que no puede creer que un escritor tan bueno se ande subiendo a la banana en Cancún. Oh, también dijo que tienes 115 años, yo le dije que tienes 45.
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