Por primera vez, después de cinco meses, se decidió a desnudarla mientras dormía.
Empezó contándole los lunares del cuello, uno a uno, nueve veces. Después, con poco pulso, se atrevió a moverle un poco la blusa para contarle los del hombro. Pero no paró ahí. Quitó las sábanas poco a poco, contando, progresivamente, los lunares de los brazos, de las manos, de los dedos, de los pies.
Dejó que la dermis de sus palmas se fuera arrastrando contra las piernas mientras le bajaba los pantalones de la pijama, le suspiró en los calzones, y se dedicó a enumerar las constelaciones que había en sus muslos, en sus pantorrillas.
Le besó el ombligo y cartografió su vientre. Quietecito quietecito, le fue destapando los senos para revelar las estrellas negras sobre fondo blanco. Le lamió un pezón, pero el otro no.
Por fin llegó al rostro y pasó lista a los viejos conocidos: el pequeño de debajo del labio, el de la mejilla, los dos del costado de la nariz. Resistió el impulso de besarle los párpados y se conformó con la barbilla.
La vistió poco a poco, y luego volvió a taparla. Él regresó a su sitio de siempre, bajo la cama.
Empezó contándole los lunares del cuello, uno a uno, nueve veces. Después, con poco pulso, se atrevió a moverle un poco la blusa para contarle los del hombro. Pero no paró ahí. Quitó las sábanas poco a poco, contando, progresivamente, los lunares de los brazos, de las manos, de los dedos, de los pies.
Dejó que la dermis de sus palmas se fuera arrastrando contra las piernas mientras le bajaba los pantalones de la pijama, le suspiró en los calzones, y se dedicó a enumerar las constelaciones que había en sus muslos, en sus pantorrillas.
Le besó el ombligo y cartografió su vientre. Quietecito quietecito, le fue destapando los senos para revelar las estrellas negras sobre fondo blanco. Le lamió un pezón, pero el otro no.
Por fin llegó al rostro y pasó lista a los viejos conocidos: el pequeño de debajo del labio, el de la mejilla, los dos del costado de la nariz. Resistió el impulso de besarle los párpados y se conformó con la barbilla.
La vistió poco a poco, y luego volvió a taparla. Él regresó a su sitio de siempre, bajo la cama.
5 comentarios:
¡Órale, y va de nuez! me sorprendiste con el final cañón! Sólo hay un punto que te discutiría.
Mejor troll que padre pervertido, definitivamente cariño.
"Cuentos no tan para niños de mounstruos del armario y duendes bajo la cama con tentáculos."
Qué miedo.
Ahora que lo pienso, definitivamente mejor padre pervertido que troll. Ah me encantan los chistes privados ;)
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