domingo, 29 de marzo de 2009

Pepe

Pepe.

Lo tengo desde que nací.

Es bello.

Acaba de regresar, se fue de vacaciones a San Pancho.

Tan bello...

Cartél incoherente para antes de morir

Caminé mi ruta de seis cuadras del trabajo hasta mi coche. Los locales cerraban. En la librería entre Miramar y Puentes, Don Alex me esboza un saludo mientras le echa bronca a un muchacho (nuevo, al parecer) sólo por poner en distinto orden los mismos libros que se lucían hace cuatro meses. Contemplaba aquella ciudad tan mía, que conocía desde hace más de cuarenta años. Aquel café con el que después de salir del trabajo, hace ya veintisiete años, cerraba mis faenas; estaba ahora solo, abandonado; lleno de vidrios rotos, algo de pintura post-moderna, polvo, suciedad, soledad.

Me sentí viejo de repente. Náufrago tal vez. Comencé a notar el paso rápido de todos aquellos que, como yo, cerraban sus actividades (además de sus locales) a las ocho en punto. Yo antes no tenía ese paso rápido. Yo no cerraba la puerta a las siete cincuenta y cinco para esperar, sin ser molestado, a que la agujita llegase a las ocho y cerrar al filo para no sentirme culpable. Yo no andaba con miedo por la calle. Yo no caminaba en grupos para sentirme más protegido. Me sentí sencillamente arcaico. Solo. Vacío. Resignado a vivir en otra época.

De pronto me comencé a asfixiar, no sé bien si de recuerdos o de realidad. Las luces tan luminosas me comenzaron a cegar, los anuncios a ofender, mis pies se confundían con las baldosas, mi respiración se aceleraba, las voces me jalaban; comencé a marearme y corrí como loco hasta la calle donde mi paciente carro me aguardaba. No sé en que punto de mi carrera di un ligero tropezón que me obligó a sostenerme de un poste. Mis gafas cayeron al piso. Soy miope, pero no tanto como para no notar que estaban integras. Las levanté mientras recuperaba un poco mi pulso, mi sangre fría. Entre resoplidos las limpié con la manga del suéter. El armazón volvió a estar en mi nariz y los cristalitos a tres centímetros de mis pupilas. La claridad inundó la calle. Pero había algo raro. Mientras que en las otras calles las luces me flagelaban, esta calle estaba casi totalmente a oscuras. La luz de algún departamento y el residuo de las luces de las demás calles rescataban un poco la luminosidad.

Me sorprendió la oscuridad, pero seguí trazando mis pasos hacia el auto. Lanzaba hacia atrás miradas de reojo. Por primera vez en cincuenta y tres años, tuve miedo en mi ciudad. Miedo de mi ciudad. Con la prisa a cuestas, y mi obsesiva vigilancia por detrás me impidió darme cuenta de algo. Un cartel. Un vil cartel en el ventanal de una antigua mercería. La atemporalidad me sigue. En esta mercería, hace 20 años, yo conocí a Andrea. Ahora si, me sentí completamente impotente. Golpeé con fuerza el marco de la ventana una y otra vez. Las lágrimas brotaban solas, Entre golpe y golpe me tallaba los ojos con el índice. Quedé rendido de repente. Busqué a tientas mi pañuelo para limpiarme. Contemplé el cartel. Tenía varias preguntas. Mientras me limpiaba las narices leí la primera pregunta: ¿Se está usted sonando?. Me detuve en ese instante. La siguiente pregunta cantaba: ¿Se está preguntando como lo supe?. Di unos pasos hacia atrás. Me recargué en un bote de basura que estaba frente a la mercería. Me fui deslizando con mi espalda hasta quedar sentado en el suelo. Me quité los lentes. Tallaba insistentemente mis ojos con las palmas. Volteaba a ver el cartel y negaba con fuerza que existiese. Me quedé así un par de minutos. Me volví a poner los lentes y leí la tercer pregunta: ¿Su ojo izquierdo está ahora en su palma derecha?. Parpadeé en ese instante y súbitamente no pude abrir el ojo izquierdo. Y fue cierto, mi ojo derecho vislumbró al izquierdo descansar en mi palma derecha. Me horroricé, cerré mi ojo con fuerza y al abrirlos ambos estaba en su lugar. Hasta el momento no puedo explicar cierta morbosa curiosidad por ver que más decía. ¿Su pierna izquierda ya no está ahí? Así es, ya no estaba en su lugar. ¿Todos sus lunares están ahora en su ombligo? Efectivamente; y no solo eso, llenaron mi ombligo de tal forma que se desbordaba de lunares. Me van a perdonar, pero les aseguro que me estaba divirtiendo como loco. Los colores se mezclaban, -¿La luna le acaba de voltear la cara muy ofendida?- Y sí, se negaba a voltear a verme. No sé por qué pero empecé a delirar. Llevaba mas de veinte preguntas y no iba todavía por la mitad -¿Tiene pelos en la lengua?-. Las preguntas eran cada vez más raras. Me sentí hipnotizado, mis ojos no dejaban de navegar sobre la cartulina. -¿Está llorando lágrimas de un merlot francés del 68?, ¿Ahora son de un cabernet sauvignon chileno del 71?- Me revolcaba ebrio de risa ante cada cuestionante. Los efectos desquiciados de las preguntas se convertían en ofuscaciones de realidad; y así de pronto, el mundo era vertical y yo me daba en la cara contra el vidrio, mi sombra reía conmigo, fui sordo de repente, eyaculaba aceite, mis ojos los limpiaba mi lengua, mi corazón se salía por mi nariz y volvía a tragármelo.

De súbito llegué a la pregunta final: ¿Está muerto?



[Nota del que escribe: Este fue el primero de los cuentos que escribí. Tendría como quince años, y me acuerdo que se lo hice a mi jefe, don Alex, de la librería "El Día". En fin, es viejo, pero es nuevo]

Trozos / Trazos

Recuerdo la cocina de casa de mi abuela Gloria
me acuerdo que el refrigerador era verde
y también la estufa
que había una nevera con un acabado de madera.
Desayunábamos huevos con frijoles
y había siempre Nescafé y azucar en el centro de la mesa
pero nunca servilletas.

Yo acompañaba a mi abuela a comprar carne y chicharrón
la carnicería quedaba como a tres cuadras
y yo me caía todo el tiempo
en cada hoyo, cada bache
y, como mi abuela me llevaba de la mano
me daba un jalón para levantarme cada que terminaba en el piso
de cada seis pasos me resbalaba cuatro

Alguna vez mi papá y su esposa se fueron al cine
a mi hermana y a mí nos dejaron con mi abuela
recuerdo que vi la novela con ella
y me comí tres melones enteros
con mis cinco años

Antes dormía en un sofacama
y me hacían obligaban a ponerme pijama
una pijama de lana que picaba mucho
la odiaba, la odiaba
y cuando todavía no nacía mi hermana
yo me imaginaba que, al nacer ella,
íbamos a ser muy buenos amigos
e íbamos a tener pijamas iguales
pijamas que picaban
la suya rosa, la mía verde

Pero mi hermana nació y nunca tuvo una pijama como la mía
yo la adoraba, y jugaba todo el tiempo con ella
ella no podía decir Beto
mucho menos Humberto
y me decía Guo
todos me dicen Guo

A mi hermana yo la enseñé a caminar
pasito a pasito
una mañana, cuando papá y yo despertamos,
mi hermana iba corriendo de mi cama a la cama de mi papá
visceversa
yo le enseñe a caminar a mi hermana.

Viejitos



Ah, qué pinche video tan bonito.

sábado, 28 de marzo de 2009

Marcial Alejandro

Nosotros platicábamos y reíamos; y su silla era la que estaba más cerca de la puerta del baño de hombres. Marcial hablaba y nos contaba alguna tontería; pero de repente se quedó callado. "Está ocupado" le dijo al muchacho que se disponía a entrar por la puerta con la cortina azul. El muchacho dijo "Oh" y regresó a su mesa. Marcial nos siguió platicando como si nada.

Quince minutos después llegó un señor con las mismas intenciones. Marcial interrumpió el monólogo de Rafa Mendoza para decirle al recién llegado: "Está ocupado".

De cuando en cuando llegaban parejas, o algún nostálgico solitario, para felicitarlo por el concierto. Él les agradecía, les daba la mano, les firmaba el disco, se prestaba para la foto; pero cuando alguno se acercaba a la puerta del baño, Marcial levantaba la mano, palma abierta, y repetía: "Está ocupado".

Los hombres empezaron a hacer fila, pero nosotros seguíamos platicando tan tranquilos. De cuando en cuando alguien se acercaba y tocaba la puerta para que, quien fuera que estuviese dentro, se apurara.

De pronto, Marcial se levantó de la silla, se limpió las migajas que le cayeron en el pantalón, y entró al baño. Todos nos quedamos mudos escuchando caer hasta la última gota. Marcial salió y se volvió a sentar con nosotros, como si nada.




El domingo pasado se murió Marcial Alejandro.

El primer cuento que se publicó en este blog se lo escribí a él hace unos dos años; y el día de hoy, el shuffle tan culero del itunes me puso una canción suya.

viernes, 27 de marzo de 2009

Jaimito Cullum



Tan linda canción, y tan simpático el chamaco... Caray.

Para ver en estados alterados.

Releer

Leo más cuando estoy solo, cuando me encuentro y me entiendo solo. Cuando, en vez de obligarme a separarme del monitor, la tele o la pantallita del celular, tengo que convencerme de la imperiosa necesidad de levantarme de la cama y despegarme la tinta de los ojos.

Y uno lee y relee. Y cuando lee mucho, suele olvidarse de los títulos pero no de los personajes. Éstos perduran más que la trama novelesca o el ritmo de los poemas. En ocasiones, el nombre del personaje no queda siempre en la memoria, pero en cambio su soplo vital si penetra en el alma del lector.

Hay personajes literarios a los que hay que propinarles un abrazo que se llena de adjetivos y también hay atractivas bocas femeninas de las que uno recibe besos de papel.

Los personajes vibran, avanzan, se detienen, vuelan, se sumergen, se dejan elegir, y uno los acomoda en el archivo de las remembranzas. Algunos son como espejos, y otros son como aliados o acusadores.

Hay personajes jubilosos y otros con un pozo de tristezas. Los hay tan melancólicos que nos contagian su melancolía; tan prometedores que los aplaudimos en los sueños. Tan santos que los miramos con escepticismo, y tan demoníacos que nos espantan el corazón.

Hay personajes ciegos que nos miran con las manos y otros delirantes que nos envenenan la costumbre. Hay personajes transparentes y otros irremediablemente [amo la palabra “irremediable”] opacos. Hay los que cavilan en verso y los que se lavan la lluvia. Los que mendigan y los que derrochan.

Hay personajes viudos que lloran sin lágrimas y cuando terminan con su liturgia impresa, se evaden del papel y lo celebran con su conyugue de carne y hueso, beaujolais mediante.

Finalmente hay personajes que casi casi somos nosotros. Y los queremos, a pesar de todo.

jueves, 26 de marzo de 2009

Suspiros

Y, por las madrugadas,
suspiro pensando en tu mano sobre mis labios
y me pregunto si, a lo lejos,
sientes entre los dedos
el suspiro de tu nombre.

martes, 24 de marzo de 2009

La Garbo se ríe



Tan bella mujer...

viernes, 20 de marzo de 2009


Y hay personas, como yo, que también piensan que este es el mejor de los destinos posibles.

jueves, 19 de marzo de 2009

En el pasto.

Llevo tres horas tirado en el pasto; y como papá nunca estaba, solía dejarme con el abuelo. Mi abuelo era el que iba por mí al kínder, por ejemplo; y suya era la comida que comía; y era en su trabajo donde yo pasaba las tardes, y su casa en la que dormía. Mi abuelo era peluquero, y siempre le preguntaba cómo es que, siendo peluquero, era calvo. “No hagas preguntas tontas” me decía; pero ahora que lo pienso, nunca respondió mi pregunta.

Llevo tres horas tirado en el pasto, y me duele la espalda del frío. “La tierra es fría” decía mi abuelo “pero ahí es donde tenemos que acabar para ahogar los calores de la vida”. Mi madre se fue cuando yo tenía tres años, y decidió dejarme con papá, quien pasó a dejarme con mi abuelo. Papá casi nunca dormía en casa, y a decir verdad nunca supe dónde pasaba la noche. Algunos días libres pasaba a la casa y me llevaba al parque. O, más bien, lo llevaba yo a él y le mostraba mis lugares favoritos. Pero papá se cansaba rápido, y, cuando terminaba por aburrirse, me regresaba a la peluquería de mi abuelo. Papá leía el periódico, me acuerdo, y veía pasar a las muchachas sentado en una banca del parque. Si le preguntaba a dónde se había ido mi mamá, me decía “lejos” y volteaba a ver a otra parte. “Vive en un observatorio y estudia las estrellas” me dijo una noche mi abuelo “Se pasa todas las noches viéndolas. Lo mismo hizo tu abuela, ¿sabes? Las mujeres en esta familia se mueven como la corriente alterna.”

Llevo tres horas tirado en el pasto; y recuerdo aquella vez en que me caí por la cisterna del parque. Había brincado desde una rama buscando no caer en las raíces, pero la lámina de metal en vez de hacer plank, como siempre, tronó y dejó que me tragaran dos metros de tierra y agua. Cuando me sacaron los bomberos, mi abuelo, llorando, me abofeteó y me estrujó diciéndome “Rodolfito, Rodolfito” como nunca me decía.

Llevo tres horas tirado en el pasto; y de chico barría el cabello del piso mientras mi abuelo me daba cátedra de cómo se le debía cortar el pelo a un caballero. Desde los nueve años me enseñó a usar las tijeras, y me dejaba practicar con cuantas cabezas de maniquí me encontraba en el ático; y ya cuando pasé de los diez, hubo quien se animó a permitirme meterle tijera. “Ya manejas un oficio; y siempre que necesites un pan puedes darle uso” pero que siguiera estudiando, solía decirme, “Porque ni ladrones, ni boxeadores, ni policías quiero en mi familia… ¡ni peluqueros! ¿Quieres terminar como yo?”. Y yo sí quería.

Llevo tres horas tirado en el pasto; y cuando le empezó la tos, decía que era por los sucios que le dejaban flotando la caspa en la barbería. Pero fumaba mucho; sobre todo cuando nos tirábamos en las butacas de cuero rojo para ver el fútbol con el cliente de turno. Había quienes programaban sus cortes para que coincidieran con el partido de su equipo favorito. No había como verlo gritar tijeras en mano. Pero la tos le llegaba pronto. “Seca... y de perro sarnoso” como él la llamaba. Había días en que se tiraba al suelo y arqueaba la espalda dando puñetazos al suelo por el dolor. Luego quedaba rojo y rendido, cubierto de sudor y de saliva.

Y ahora me dicen que me tengo que ir, que ya están cerrando el panteón.

Yo ya llevo tres horas tirado en el pasto de mi abuelo.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Los "-etti"



Son algo así como mis dioses.

Mis dioses paganos, claro.

lunes, 16 de marzo de 2009

Molinos


Sí, de un tiempo para acá cosas como éstas me pasan a alegrar el día.

.

Schadenfreude

"La gente siempre se está muriendo, men; ¿cómo no va a ser buen bisnes?" se fue convirtiendo en algo así como su lema. Y es que, a Armando el negocio del panteón le había caído de pura suerte. Hacía unos cinco años que se lo había dejado en herencia un tío que pasó a rellenar uno de sus propios lotes. Él tan sólo tuvo que llegar, firmar papeles, y encontrarse un bar simpático, para comenzar a decir "Armando Quiróz Herrera, un gusto, mi tarjeta, Funeraria Jardines; guárdala bien, que ya verás que la vas a necesitar, men". Y fue así como lo conocí yo; entre ron, cigarrillos rubios y constantes "recomiéndame con tus amigos".

Y a partir de entonces comenzó la algarabía de las reuniones, las decenas de botellas de Antillano, los cigarrillos quemados, los tacos de madrugada, la interminables pláticas sobre política, economía, evacuaciones involuntarias y sobre añejos recuerdos de los Bitles. Luego, escucharlo cantar de memoria el sountrack entero del Libro de la Selva con su voz de tenor y su guitarra sorda, y corearle canciones de Jose Alfredo, y despertar en el sillón de su casa para desayunar chettos del cenicero. Todo fue fiesta, todo fue vino, todo fue cerveza con cigarrillos kents, y desveladas, y crudas, y todo fue, en fin, una excelente serie de noches que se detuvieron el día en que se le perdió un muerto. El primero de ellos.

domingo, 15 de marzo de 2009

Goatee










Siempre río con cosas como estas.

viernes, 13 de marzo de 2009

El edificio en Lavapiés (primera parte)

Se te hunden los pies en la alfombra; una de esas alfombras mullidas y verdes que dejan marcadas las huellas por días. Te encuentras con uno de esos apartamentos de viejos que tanto odiabas de chiquita. Muebles feos con millones de figurillas de porcelana, sillones duros forrados de plástico, candelabritos, paredes forradas con paneles de madera.
-Toma asiento- te dice el viejo con un acento español al que todavía no te has acostumbrado. En realidad, sólo ha pasado hora y media desde que el avión de Iberia te dejó a tu suerte en Madrid y el acento gachupín todavía no se te ha afianzado. De hecho, cuando el taxista te preguntó que si querías que pasara a cogerte después, estuviste a punto de soltarle una cachetada.

"Mirella Antonelli, Mirella Antonelli" se dice a sí mismo don Agustín mientras va a la cocina por tazas y la jarra de café. No sabes por qué repite tanto tu nombre.
-Eres la italiana, entonces- Te dice mientras te pasa tu taza.
-En realidad soy de Puebla.
-Pero Alonso siempre se ha referido a ti como "la italiana"
-Bueno, mi padre era el italiano, pero mi mamá también es poblana.
-De cualquier forma, para Alonso siempre has sido la italiana; por lo tanto también lo eres para mí.
-La italiana seré, entonces.- y ríes.
-Cuando mi esposa Inés todavía estaba con nosotros, no dejaba de pedirle a Alonso que le contara más cosas de "la italiana".
-Entonces hablaba mucho de mí, supongo.
-Más que de ninguna otra persona.- te responde.
Tú te quedas callada, sorbiendo de a poco tú café. Luego, le echas una ojeada discreta al reloj.
Don Agustín capta tu gesto -¿Te estoy aburriendo?- pregunta -Mira que Alonso no llegará hasta dentro de tres o cuatro horas-
-No, no me aburre; es sólo que todavía no me acostumbro a la hora.
-Sí, ha de ser eso.- Te responde y se queda mirándote desde su sillón verde.
Veinte minutos antes había abierto su puerta (verde, también) para ver quién hacía tanto escándalo en la puerta de Alonso. Y es que, con maletas y mochilas en las manos, sólo atinabas a darle a la puerta con el pie. "¿Por qué tanto escándalo?" te había dicho. Y tú le dijiste "Disculpe". "¿Lo buscas a Alonso?", te dijo. "¿Sí, sabe si está en su casa?", respondiste. "No llega hasta las seis... mi nombre es Agustín de Gívez, soy vecino de Alonso", "Mirella Antonelli, el gusto es mío". Luego él se repitió tu nombre, "Mirella Antonelli". Entonces se quedó callado mientras te veía desde el otro lado del pasillo. "Anda, pasa, que aquí lo esperas".

Ahora el viejo te sonríe.
-Y bueno, dime, ¿nada más has venido de sorpresa a ver si dabas con él?
-Pues... sí y no.
-¿Cómo es eso?
-Hace como ocho meses que Alonso me mandó un boleto abierto para Madrid en caso de que quisiera venir a visitarlo.
-¿Entonces sólo has venido por las vacaciones?
-No exactamente.
-¿Entonces?
-Acabo de renunciar a mi trabajo.
-Joder, ¿entonces nada más has renunciado para venirte?
-Más bien al revés; vine por haber renunciado, no renuncié por venirme.
-Entonces nada más te has escapado.
-Supongo que sí, joder.
-Mírate; no llevas ni tres horas aquí y ya estás imitando las expresiones españolas. Quedas mal, ¿sabes?
-Disculpe…
-No te lo tomes tan a pecho. Imagino que lo mismo ha de suceder allá en Méjico cuando algún español dice mejicanadas. ¿No también les suena a falso?
Y ríes otra vez; -Sí, un poco-
-Y otra cosa, no me hables de usted. Soy Agustín, y punto.
-Me parece bien, Agustín.

Ya en la segunda taza de café, preguntas: -Entonces, dígame ¿Alonso viene seguido?
-Algo, sí. Solía venir a comer y a platicar conmigo y con Inés. Bueno, propiamente a comer, no. Venía a hacernos de comer. Como mi Inés ya estaba muy enfermita, y yo no distingo una olla de un sartén, Alonso venía a hacernos uno de esos asados fabuloso que sabe hacer, y aprovechaba para comer en compañía. Y es que a mi Inés le tenía una paciencia impresionante. Se la envidiaba, incluso. No le molestaba repetirle sus historias sesenta veces, ni le molestaba saber que las tendría que repetir sesenta más. De ahí es que nos haya hablado tanto de ti.
Inés, que nunca se pudo aprender su nombre, me llamaba y me decía "Tino, dile al de la italiana que si esta noche viene a platicarme", y como me di cuenta que cuando Alonso le platicaba, mi Inesita se sentía mejor, empecé a invitarlo más seguido.
-Mira, qué lindo.
-Sí, pero con el maldito se me ha ido media reserva de vinos.- Te responde Agustín y te echas a reír; y, cuando ríes, a Agustín le brillan los ojos de goce.

- Como mi Inesita tenía prohibido el vino, teníamos que esperar a que se fuera a dormir; porque ella siempre fue de antojos, y si veía la botella y no le servíamos su copita hacía, un berrinche tremendo. Entonces, cuando Inés se decidía a dormir temprano, yo descorchaba una botella de vino para Alonso y para mí. Hasta eso, el chaval rara vez se ponía ansioso por que empinásemos el codo; pero ya frente a la botellita, le mete unas ganas que ni los ingleses.- Te dice Agustín, y tú otra vez ríes.
-Sí, Alonso suele hacer eso.- dices en lo que recuperas el aire.

martes, 10 de marzo de 2009

El cortijo

Y es que, para mí, el Cortijo siempre fue algo mágico por las noches. De pequeño (o no tan pequeño, 10, 11 añitos; pero bah) solía ir mucho porque mi madre tocaba en el café literario todos los viernes en la noche. Entonces, yo iba, la acompañaba, y me dedicaba a matar el tiempo corriendo y recorriendo todo el lugar. Me inventé mis juegos, mis miedos, mis supersticiones. Imaginaba templos, castillos, ejércitos, compañeros de guerra que morían, féminas guerreras bastante idénticas a las chicas lindas de mi escuela a las que había que echarles la mano (que hasta en la imaginación tengo mi lado feminista, puesto que mi excusa para rescatarlas era siempre la cofradía pura y dura, y no la frágil excusa de la defensa por el género) y, sobre todo, las sombras de las cuales corría, por las cuales me arrojaba -con total desprecio hacia mis pobres pantalones- por las escaleras. Porque, deben saber, mis enemigos imaginarios han sido algo siempre constante en mi vida. De hecho, el primer y único hueso que me he roto (por más que te sorprenda, únicamente ha sido uno) involucró un round de box, el puñetazo bien conectado de un negro imaginario con pantalones cortos, y un barandal de cuna flojo. Incluso en estos tiempos, suelo andar por la calle (por lo general cuando voy al OXXO por cigarros para mi madre) dando golpes y patadas al aire, y sacando de pedo a los que pasan.

En fin, del Cortijo me aprendí todos los apagadores, todos los cuartos de baño, todos los recovecos, todas las formas de colgarse, de subir a los techos, de pasear por las cornisas, todas las formas de abrir las ventanas flojas, todos los escalones, todo, todito, todísimo de memoria. Y había una niña, Andrea, de la que sólo recuerdo los lentes, los pantalones de mezclilla (siempre usaba unos del mismo corte… ¿o habrán sido siempre los mismos?) y el cabello castaño. Y ella fue algo así como mi primera novia; e, incluso hoy día, me descubro utilizando su nombre en algunos de mis cuentos.

Dino-nazis

Carajo, hace bastante tiempo que no veía un corto tan excelente:

lunes, 9 de marzo de 2009

La construcción de la imagen (Díganme)

Siento una curiosidad terrible por la cotidianeidad ajena. Y es que, ¿Cómo son ustedes en su vida diaria? ¿Cuáles son sus costumbres, sus gestos rutinarios, sus muletillas, sus sitios donde dejan que se pierda su mirada, sus manías, sus errores? ¿Dónde ponen los objetos que les dan sus pequeñas dosis de nostalgia, o de goce, o alegría? ¿Cómo dan con la llave de su casa? ¿Cómo corren el seguro a la hora de entrar en ella? ¿En qué sillón echan su bolsa, su morral, su suéter, su chamarra? ¿Cuánto tiempo esperan a que caliente el agua antes de decidirse a entrar a la regadera? Y, bueno, ¿Qué es lo que piensan en la regadera? ¿Qué piensan cuando se rasuran, cuando se limpian las orejas, cuando se analizan las mamas en el espejo? ¿Dónde guardas sus aretes, sus condones, sus fotografías de la primaria, su cinta adhesiva? ¿En qué orden acomodan sus discos, sus libros, sus películas, sus calzones? Y, sobretodo, díganme: ¿Cuál es el rinconcito del cuarto en que se sienten más a gusto?

sábado, 7 de marzo de 2009

Mi abuelo se ha graduado.


Mi abuelo se ha graduado.

Sí, no es mentira; mi abuelo se acaba de graduar en la Licenciatura en Artes Plásticas de la UABC (uabelleza) campus Tijuana. De hecho, nada más dos personas se graduaron de los cuarenta que había en la carrera. Tan sólo fueron él y una compañera suya. Imagino que todos los demás se quedaron haciendo extraordinarios. Juar juar.

Pero bueno, mi abuelo se ha graduado y se compró un traje azul muy lindo. "Como de gángster", dice mi abuela; "Como de gángster guapo", digo yo. Y ay de aquél (o aquella) que me lo discuta.

Ah, somos tan guapos...
La graduación fue en Mexicali, para mi desgracia. Transcribiré los tuits que me puse a hacer en la central de autobuses:

"Desde la sala de espera de la estación de autobuses de Mexicali: Mi abuelo ya está recién graduado y me di cuenta de que caminamos igualito.

Desde la sala de espera de la estación de autobuses de Mexicali II: Diosmío (o diosdeotros, vale madre), como odio Mexicali...

Deberían ponerle una piedra encima. O bueno, no, mejor no. Luego los cachanillas saldrían de debajo como hormiguitas y se irían a Tijuana...

Me siento como Homero Simpson cuando va de viaje a Nueva York. Sólo que aquí en Mexicali no hay Woodys Allen que me tiren basura desde la ventana.

Me vale madre, sería feliz con la basura de Woody Allen.

Bueno, excepto si le da por tirar Manhattan [me refiero al rollo original]. No es que no me guste ni nada (al contrario, me encanta), es sólo que de seguro me descalabra. Llega ya el camión. Miento, faltan como 8 minutos, pero mi madre tiene ganas de fumar y aquí dentro no se puede. ¡Adiós, tuiters!"

Pinche Mexicali me maltrata [No recuerdo bien si es en Puebla o en Veracruz, pero hay un pueblito que se llama Maltrata en el que una vez se nos ocurrió detenernos. A mi hermano se le ocurrió treparse a un tíovivo; luego salió volando y fue a dar directo contra una tabla. Cuatro puntos y media ceja perdida después, a mi papá se le ocurrió decirle "Te maltrató Maltrata ¿verdad, Charly?". Juro que escuché un túru-chh. Y ahí tienen, señoras y señores: mi padre y sus chistes lerdos]. Siempre salgo con el tobillo torcido o la rodilla jodida. Igual y simplemente camino mal, pero es tan satisfactoria echarle la culpa a la ciudad...

Pinche Mexicali; pero no importa: yo ya tengo un abuelo graduado (otra vez).

Construção