miércoles, 28 de enero de 2009

Como un viejo rombo

Y ella era algo así como el rombo en las portadas de club nintendo. En cualquier parte de mi cuarto, en el atrio de un cine viejo, en el café, en el malecón, en la palma de mi mano, en todas partes la encontraba

Kevin Johansen



Y bueno, sucede ¿no?

viernes, 23 de enero de 2009

Un paréntesis

Eres (y por "eres" me refiero a ti (y, por "ti", me refiero a tu persona (y, por "tu persona", me refiero a tu ente moral ( y, por qué no, también a tu ente físico (y, por "ente físico", me refiero concretamente a tus caderas (y, por "tus caderas", me refiero al mundo entero (y el mundo entero que son tus caderas, para mí son la onda) que es la onda) que son la onda) que es la onda) que es la onda) que es la onda) que eres la onda) la onda.

La onda, definitivamente... por lo menos para mí, (y, por "mí", me refiero a mi persona (y, por "mi persona", me refiero a mi ente moral (y, por qué no, también a mi ente físico (y ya me deprimí) que me deprime) que me deprime) que me deprime) que, de cuando en cuando, me deprimo.

jueves, 22 de enero de 2009

Corriente de pensamiento

De cuando en cuando me maltripeo y me quedo pensando las cosas más idiotas. Pues bueno, la madrugada pasada estuve pensando en los Estados Generales franceses (rápida contextualización de mi corriente de pensamiento: derrepente me dio por pensar en la democracia, y de pensar en eso, pasé, obviamente, a pensar en la democracia ateniense -que era chida porque más bien era una suerte de meritocracia, y yo, con mis conocimientos de siglo XXI, seguramente hubiera sido un rey más chido que Pericles... aunque me harían menos estatuas porque estoy de un tiempo para acá he estado echando panza y, aceptémoslo, no sería un gran placer para Fidias o Policleto-; de ahí pasé a pensar en los cantones suizos, y pensé que estaban muy chidos en la democracia y la madre, pero no puedo dejar de pensar en pollo en la cantonesa y, como a mí me caga la comida china, me dio por pensar en otra cosa. De ahí pasé a Francia -que está a ladito de Suiza- y como seguía con la onda de la democracia, pues pensé en eso de los Estados Generales... ustedes saben, esa reunión que hacían de cuando en cuando en donde se juntaban los tres estados: nobleza, clero y pueblo llano. Y pensé en el tercer estado, es decir, en el vil populacho, y me imaginé la sala en la que se reunían, y visualizé un chingo de asientos en los que se sentaban los representantes de cada profesión y oficio. Y yo -esto es algo que no sabían- que siempre he querido ser cerrajero, me imaginé que era tan pero tan chingón como cerrajero, que me dirian los del gremio (con acento afjancesadito) "Ve tú, Béto, a jepjesentájnos en lá asambleá" y yo les diría que órale, que va. [Si pudiera viajar en el tiempo, me llevaría una caja de plumas Bic y las vendería, y serían tan cabronas y tan nuevas que ahorraré suficiente dinero como para comprarme un ducado. Y si alguna vez tengo ganas de ser rey de Dinamarca o de Navarra, nomás me pongo a vender encenedores a diez leguas cuadradas la pieza... Sí, bueno, sé que no tiene nada que ver, pero me se ocurrió ahorita] Y así me imaginé como representante de los cerrajeros) Y luego, pensé como en los asientos, y en el agüite que sería estar sentado junto al curtidor, que seguramente sería el lugar más chafa de la sala, y así el cuento que está abajo y que se llama "Los Estados Generales"

Los Estados Generales

Jean de la Vermelle llegó media hora tarde a la asamblea. Como representante de los notarios que era, se sobreentendía que su lugar pertenecía en un punto intermedio de la segunda fila, pero su asiento ya había sido ocupado por el representante de los sastres, Paul Vignale, quien, obviamente, había aprovechado su tardanza. La cámara, demasiado obscura a pesar de sus enormes ventanales, quedó en silencio mientras los miembros de la asamblea observaban como De la Vermelle buscaba, ansiosamente, un asiento vacío. Mientras tanto, Abélard Chifflet, el representante de los médicos, se decidió a continuar el discurso que había interrumpido durante la abrupta entrada del notario. Éste último, que ya había divisado un espacio vacío, se acomodó bien la peluca que tanto le había costado conseguir después de que, a último momento, descubrió que había perdido su favorita en algún momento del viaje. Por suerte, un amable pero lento vendedor se pelucas pudo conseguirle una para el inicio de las asambleas; por eso Jean De la Vermelle había llegado tarde a la cita y perdido su sito.
El joven notario tuvo que tolerar las miradas de reproche que le echaron los herreros, cerrajeros, panaderos, y demás representantes de los oficios menores mientras, para darle paso, apretaban las pantorrillas contra las sillas. Enventualmente, Jean de la Vermelle llegó por fin al extremo izquierdo de la última fila, donde el único asiento disponible quedaba entre Luc Raunald, el apestoso e indeseable representante de los curtidores, y Gaston Beamut, el todavía más despreciable líder de los verdugos.


Con la nariz fruncida, la mirada fija en el orador, y las palmas de las manos fijas en sus muslos, De la Vermelle se sentó entre los repoussantes, los más asquerosos de los burgueses. Jean de la Vermelle sabía que sería el leproso de la noche, que el doctor Chifflet, Jacques Dómine, el arquitecto y Guy de Pardaillan, el abogado, no se dignarían a hablar con quien había pasado la mañana entera entre quienes practicaban los oficios más desagradables. Para acabarla de acabar, Gaston Beamut decidió escupir una flema que fue a parar en la, recién lustrada, bota negra del funcionario. Si éste no dio un suspiro de desesperación, fue únicamente para ahorrarse el increíble tufo que desprendían los dos hombronazos que tenía a lado. De hecho, Jean de la Vermelle se las tenía que ingeniar para dosificar sus respiros al mínimo sin saber que, dentro de unos segundos, entraría por la misma puerta que él había abierto media hora tarde, la persona que lo rescataría y lo permitiría volver a respirar a bocanadas.

Sin hacer el mayor ruido, unas manos con guantes blancos abrieron la puerta de la sala, y esas mismas manos se aferraron a una cuerda invisible mientras su dueño tiraba y avanzaba con visible esfuerzo. Había llegado Claude Candau, el representante del oficio más odiado del país galo. Con gran enojo resonaron los gritos del doctor y del obrero, del albañil y el carnicero, del abogado, del dentista, del barbero, del ebanista, del mercader y el cerrajero. Y se armaron el barullo y la de Dios es Cristo, y volaron papeles, fil de putain's y maldiciones. Y antes de que alguien pudiera decir "esta boca es mía", los asambleístas salieron corriendo de la sala, dejando a Claude Candau buscando la forma de salir de una caja invisible.


Y ya, lejos de Candau, del curtidor y del verdugo, Jean de la Vermelle tomaba un vaso de vino mientras exclamaba, junto con Dómine y Pardaillan, "Putos mimos".

martes, 20 de enero de 2009

Il était una fois...

Il était une fois,
une marchande de foie
dans la ville de Foix.
Elle se dit ma foi,
c'est la première fois
et la dernière fois,
que je vend du foie,
dans la ville de Foix.

viernes, 16 de enero de 2009

jueves, 15 de enero de 2009

Cuando un beso valga realmente la pena...

Guanajuato, Gto. El ayuntamiento de Guanajuato aprobó un reglamento que castiga con cárcel o multa a las personas que se besen, pidan limosna o usen palabras altisonantes en la vía pública, señaló el alcalde panista Eduardo Romero Hicks.

No se puede permitir que las parejas se den unos “agarrones de olimpiada” en la vía pública y que sigan usando la palabra güey, señaló el edil.

Para Romero Hicks, la norma no es exagerada y no se hará una persecución de los ciudadanos.

El reglamento sanciona hasta con 36 horas de cárcel o multas de hasta mil 500 pesos a las personas que, en la vía pública, pidan limosna, se besen, vendan mercancía informalmente, usen palabras altisonantes, escupan o no utilicen los puentes peatonales, entre otros.

(Fuente: La Jornada)


Pinches besos caros. Repetiré una pregunta que escuché el otro día y se me hizo muy simpatica: ¿Por qué los panistas no pueden seguir el ejemplo de Mouriño?.

Ahora, lo que más me duele de esta noticia, amén de lo de las libertades civiles, es aquello de lo de las malas palabras. Digo, la neta es que, a fin de cuentas, no beso tanto como me gustaría; pero reparto hijosdelachingada a diestra y siniestra. ¿Estornudo? Ay hijodelachingada. ¿Me da un ataque de tos? Ay hijodelachingada. ¿Doy un traspié? Ay hijode la chingada ¿Me pego en el meñique del pie? Me-cago-en-las-tetas-de-la-virgen-para-que-el-niño-mame-mierda, pero esa es una de mis excepciones. ¿Qué coños haría yo en Guanajuato?

Y ahorita, recurriendo a mi memoria enciclopédica para las canciones de Sabina, no puedo menos que recordar aquello de "A las buenas costumbre nunca me he acostumbrado"

Ahí les dejo el link:

http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2009/01/15/castigaran-hasta-con-carcel-a-quienes-se-besen-en-la-calle-y-pidan-limosna-en-guanajuato/

De vendajes y rutas de escape

Si vamos en el carro, y por alguna extraña razón mi papá y yo nos quedamos callados, él como que agarra valor y empieza a hacer preguntas molestas tipo "¿Y todavía no has tenido relaciones, verdad?" o "¿Ya sabes qué vas a hacer de tu vida?". Y claro, como buen hijo que soy, yo le respondo exactamente lo que quiere escuchar. Lo malo viene a ser que como que se trasluce el hecho de que no estoy muy convencido de lo que le digo, entonces tengo que chutarme el resto del viaje escuchando moralinas de tipo "¿Es que tienes idea de cómo le harías si tienes un hijo? ¿Estás consciente de que tendrías que dejar la carrera, conseguirte un trabajo y armar una familia? ¿Te sientes listo? ¿Eh? ¿¡Eh!?" Y yo, que sé bien que no estoy listo para traer un bodoque al mundo, empiezo a sentirme mal, y culpable (tengo un enorme complejo de culpa), y me entra la neura, y se me baja la presión, y así todo feo. Y aunque sé bien que mi padre nomás está jugando con mi cabeza, termino convencido de que lo mejor sería vendarme, de una vez por todas, y para siempre, los genitales.

Pero claro, la castidad se me derrite al primer contoneo de unas caderas. Siempre digo, -y hoy repito- que yo sería un excelente jesuita de no ser por la parte de la castidad. Bueno, eso y el hecho de que no soy católico. Pero lo cierto es que la castidad es el mayor motivo. En lo otro puedo hacerme pendejo. Pero carajo, amo las caderas.

Por suerte, con el paso de los años he logrado encontrar la forma de evitarme preguntas incómodas, y molestas lecciones de vida: Todo radica en evitar el silencio. A toda costa. Y, por ejemplo, empezar a preguntar: "¿Quién se encargará del diseño de las placas de los carros?" o "Eso de la pista de hielo me parece muy divertido". Lo segundo es lo mejor, porque mi padre se pone a pontificar, fácil, fácil, unos cuarenta minutos contra los gobiernos perredistas. Yo, que la verdad sea dicha, tengo una cierta debilidad por el Marcelito Ebrard, me trago mis comentarios y hago como que escucho -aunque por dentro me esté purgando- con el único fin de no estar castrado psicológicamente por las siguientes dos horas.

Tengo la impresión...

...de que el ventilador que está en mi cuarto sólo sirve para licuar el polvo.

lunes, 12 de enero de 2009

Me costó mucho trabajo

No supe sacarlo el otro día, pero hoy creo que sí puedo. No sé, ni tengo idea, ni me importa realmente el que ustedes -que pueden o no existir- sepan, o entiendan, o noten, o entrevean la enorme carga de ternura, de nostalgia, y de amargura que imprimo cada vez que escribo algo. Odio el cliché, pero la verdad es que si soy de esos que se estrujan el pecho cada vez que escriben algo. O los dedos, que se estrujan y forzan a las teclas a dar el golpe más al fondo, más profundo, como si esperara que se logre traslucir todo el peso, toda la carga que le doy a las palabras. Sufro cuando escribo, se me colman los lagrimales, hago ruiditos, se me tapa la nariz, y creo que me hace falta que me hagan caso.
Me hace falta que me hagan caso. No saben lo culero y lo débil que me siento cuando digo esto, pero no puedo no decirlo. Es como cuando se lee un poema en voz alta, un poema que uno necesita urgentemente que otro entienda, que otro lo sienta cómo lo sientes, y se asegura uno de que cada palabra, cada coma, cada acento tenga todo el bagaje de significado que uno le dio al leerlo. Y uno tiene que asegurarse de que se entienda, de que les quede claro porque ya sabemos; sabemos que cuando nos leen un poema a nosotros, nosotros nos distraemos un poco, nos perdemos varias, muchas de las palabras que al otro le está costando tanto decirnos. Y, porque sabemos eso, cuando leemos un poema nos esforzamos locamente para que el otro no se pierda palabra -como hacemos nosotros- de eso que nos desgarra cuando nos pasa de las pupilas a la garganta.

Por eso, cuando escribo y pulso las letras hasta que despiertan a mi gata, y cada palabra, cada fonema viene a ser el mundo para mi; me importa que no pierdan detalle, me hace falta que me hagan caso. Y que no nomás me pasen de largo.

domingo, 11 de enero de 2009

André Minvielle


Estuve hace un par de años en el concierto de este tipo, André Minvielle.
Es la onda, no lo nieguen.

miércoles, 7 de enero de 2009

Vapor de baño

Oye amor.
Mande, gorda.
¿Quieres un gorrito?
¿Gorrito? ¿Gorrito de qué?
De baño, güey.
Ah. ¿Pus como pa' qué?
Pues para que no se te moje el pelo.
¿Pues entonces qué me voy a lavar?
¿El cuerpo, no?
Ah, no. Nunca me lavo el cuerpo.
¿Entonces qué haces cuando te bañas?
Me lavo el pelo y espero que el shampoo que se me resbala haga que huela bonito.
No mames, eres un pinche cerdo.
Oh pues... ajá.
¿Qué? ¿Qué ibas a decir?
No, nada.
Anda, dime.
No, es demasiado vulgar.
Ya dime o me enojo.
Es que si te digo también te vas a enojar.
Me enojo más si no me dices.
No...
Ya. ¿Me vas a decir?
¡Oh! ¡Que me da pena!
Pues no se apene. Ya dime, Gabrielito.
Está bien, esta bien. Pero no te me vayas a alzar, eh.
Va. Viene.
Iba a decir que "seré cerdo, pero de este chorizo comes".

lunes, 5 de enero de 2009

Los periódicos

Uno vive con la secreta esperanza de que, al abrirlos, no tengan ninguna mala noticia. Pero nos decepcionan. Y al otro día volvemos a comprarlos con la secreta esperanza de que, al abrirlos, no tengan ninguna mala noticia. Pero nos decepcionan. Y al otro día volvemos a comprarlos con la secreta esperanza de que, al abrirlos, no tengan ninguna mala noticia. Pero nos decepcionan. Y al otro día volvemos a comprarlos con la secreta esperanza de que, al abrirlos, no tengan ninguna mala noticia. Pero nos decepcionan. Y al otro día volvemos a comprarlos con la secreta esperanza de que, al abrirlos, no tengan ninguna mala noticia. Pero nos decepcionan. Y al otro día volvemos a comprarlos con la secreta esperanza de que, al abrirlos, no tengan ninguna mala noticia. Pero nos decepcionan. Y así, a diario en los diarios gastamos mucho papel y tinta en falsas esperanzas.

Desde un balcón



Era idéntica, lo juro, a la chica de la portada del DVD de "Los amantes del círculo polar". Ana se llamaba la muchacha en la película, y si tengo una hija se va a llamar igual.
Fueron tres las cosas que se sucedieron muy rápidamente y que vinieron a cambiar mi vida.
La primera fue mi primo Lalo. Él, tan raro él, vino a presntarme Amelie mientras comíamos hostias con salsa valentina. Y ahí fue descubrir colores, y olores, y formas, y tomas, y cine, un cine que venía a ser completamente nuevo para mí.
La segunda era una muchacha, la primer muchacha de mi edad con la que podía platicar. Fue un shock tremendo. Es cierto, no era particularmente bonita, pero en esos tiempos yo no sabía que rara y linda coincidían más de lo que uno esperaría. La chica en cuestión, y un servidor, empezamos a andar, y a los diez días ya no éramos vírgenes. Veníamos de acabar de cumplir quince.
La tercera y última viene a ser consecuencia de la segunda: Ver "Los amantes del círculo polar". Todavía no le encuentro una razón de ser a esto, pero esta película vino a cambiarme la vida. Quizá después de verla fue cuando comenzé a ser un poco más romántico, más dramático, más cargado de nostalgia. Gracias a esta película conocí a mi mejor amiga, escribí el más cursi de mis cuentos, hice el más cursi de mis actos, y, hasta el momento queda alguna que, cuando estoy a punto de entrar por su ventana, manda un mensaje en que dice y repite "valiente".

Lo primero que hice fue preguntarle "¿Cómo te llamas?" desde el balcón de la prepa; quería que se llamara Ana, me hubiera caído muerto si se hubiese llamado Ana, era idéntica a Ana, tenía el corte de Ana, el rímel de Ana, lo triste de Ana, y debía llamarse Ana, no era para menos. Pero ella contestó "Sandra", y lo contestó con una sonrisa que Ana nunca habría tenido, pero Sandra la tenía y -qué le vamos a hacer- me enamoré sin quererlo.

Y luego, bueno, excusas para bajar a su salón, y hablarle de repente, y enterarnos de que cumplíamos años el mismo día, y descubrir que su mejor amiga se hizo la mejor amiga de mi novia, y salir los cuatro juntos, y decir "carajo tengo novia, mi primera novia, y me estoy enamorando de otra al mes de andar con ella", y decir siempre "mira, ahí vive Sandra" cuando pasábamos por su edificio, y soñar con ella, y sentirme mal cuando no aparecía por la escuela, y sentirme perdido cuando en segundo semestre se cambió de prepa, y no saber qué hacer en mis recesos cuando me faltaba, y admitir que es feo que, mientras más la conocía, más me desenamoraba, pero más la quería, carajo, y que su padre reconozca siempre mi voz al teléfono, y que la odiara de vez en cuando, sobre todo cuando me daba cuenta que si yo no la visitaba, ella no haría ningún esfuerzo por verme, y fumar en la ludoteca mientras cantábamos High & Dry en la versión de Jorge Drexler, y verla llorar por primera vez por un imbécil, y alegrarme de haber llevado mi saco ese día, y que ese saco sea el más grande de mis tesoros, y perderle la pista por casi un año, y ver los Amantes y caer en cuenta que la quiero tanto.
Y ahora salgo a fumar al techo de mi casa (mi secreto baluarte para el tabaco) y espero, o sueño, con que ella salga también a fumar al balcón de la suya.

sábado, 3 de enero de 2009

Cadáver exquisito que ya sabía algo

El carrete se vaciaba de tinta
y para el miércoles el mar se pone efervescente
de borbotones de tinta roja.

De borbotones de tinta roja
la espuma se pone necia
y la página está encinta
y como yo no estoy para compromisos
hacemos como los marineros.

Porque anclar es perforar
es mejor cortar amarras.