martes, 30 de diciembre de 2008

David Aguilar



Evito siempre poner a mis cantautores. No es que me avergüencen, al contrario. Lo que sucede es que sé que si empiezo con uno, alrrato estaré posteándolos a todos.
Sin embargo, tengo que confesar que esta canción me mató al momento de escucharla.
Claroscuro, me parece que se llama.

(Ya me dijo el David [pronúnciese Déivid]: Se llama "¿Y una canción desesperada?", que no me encanta, pero bueno, ¿qué le vamo'a'hacer?)

lunes, 29 de diciembre de 2008

Manera sencillísima de destruir una ciudad

"Se espera, escondido en el pasto, a que una gran nube de la especie cúmulo se sitúe sobre la ciudad aborrecida. Se dispara entonces la flecha petrificadora, la nube se convierte en mármol, y el resto no merece comentario."



Lo encontré en un libro de Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos.
La imagen la sugiere él; se llama La bataille de l'Argonne, de René Magritte.
Para el caso, la ciudad que yo propongo es Mexicali

domingo, 21 de diciembre de 2008

Humberto Peña

La mañana del domingo 21 de Diciembre, Humberto Peña decidió escribir un cuento donde se refiriera a si mismo en tercera persona. Siempre, desde chico, había apreciado a los autores que podían, sabían y hacían eso. Esa especie de confesión con un deje de como quien no quiere la cosa, llevó a Humberto Peña a decidirse a hablar de Humberto Peña.
Y ya estaba Humberto Peña comenzando a escribir de aquella ocasión en que Humberto Peña soñaba que era entrevistado por Charlie Rose -donde, por cierto, hablaba con un excelente acento británico- cuando, de repente, cayó en cuenta de lo ridículo que se sentía hablando de sí mismo en tercera persona. No podía ser así. Humberto Peña se tomaba demasiado en serio como para escribir de sí mismo en tercera persona, como para mostrarse sin los velos de la ficción, o como para exponerse a su desnutrida audiencia de lectores fijos como el ser inseguro, acomplejado, sensible y, sobre todo, real que era. Porque, hay que aclarar que Humberto Peña todavía guardaba la ilusión de que algunos de sus asiduos lectores creyera sinceramente que Humberto Peña era un ser inexistente, una fantasía si se quiere, una especie de duende del internet que de cuando en cuando publicaba cuentos, subía vídeos y despotricaba contra el mundo desde la comodidad de su blog. Pero no, Humberto Peña existía. Orinaba, fumaba, comía, tenía traumas de la infancia, tomaba con sus amigos, rompía cosas, se mojaba en la lluvia; cosas así que lo hacían sentir vivo. Pero una de las constantes de su vida (psicológicas, me refiero; por que el latido de su corazón, la actividad de la respiración y el continuo trajinar estomacal responden más a la rutina biológica que a la noción de estar vivo) había sido siempre el miedo al ridículo. El no hacer gestos demasiado bruscos, demasiado obvios, el no sonreir demasiado, el no hablar nunca mucho, ni muy fuerte, ni muy comprensible, ni gritar nunca, ni demostrar cuando tiene frío, o miedo, o ganas de ser abrazado, el no escribir nunca algo que no fuera lo suficiente serio, clásico, modulado, el negarse a arriesgar demasiado; todo por miedo al ridículo. Y después de darse un tiempo para pensarlo, la tarde del 22 de Diciembre, Humberto Peña decidió no escribir sobre Humberto Peña.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Mon chambre

Publicar entrada
Mi cuarto. Bueno, una de las paredes de mi cuarto. En esa pared hay 111 cuadros, mapas y demás. Tengo entendido que el 111 es el número árabe de la locura, lo cual, por lo menos se aplica muy bien a mi pared. Habrá que confirmarlo.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Con prisas

Primero él dice "Tú me gustas", después ella va con un "Tú me gustas también". Y se besan y ya.
Y empiezan a cerrar el bar, y todas sus amigas, las de ella, se quedan viendo, y el borracho del karaoke, y la copa de brandy barato, y luego él que va diciendo No traje carro, y después Entonces quédate conmigo, En serio, Si no quieres no tienes por qué hacerlo, Si quiero, pero apenas me conoces, No querrás decir Apenas te conozco, No, no quiero decir eso, Entonces, Entonces sí, me voy contigo. Luego el carro, el silencio cómplice mientras pasan a dejar a la amiga borracha, algún beso entre semáforos, evitar decirlo todo en una mirada, que la puerta de casa de ella se abra en un beso, que la mano de él suba su falda, que la sonrisa cuando le muerde los labios, que No te convengo, querida, que ella quede sobre la mesa, que él le muerda el hombro, que Soy un desastre, en serio, soy flojo, soy terco, soy necio; que las manos de él la aprieten, que las piernas de ella lo abracen, que él siga con Soy aburrido, lo juro, me desespero mucho, no me gustan los niños, los perros, las suegras; que ella se quite la blusa, que le muerda las orejas mientras él Soy depresivo, melancólico, infiel, introvertido, de mal genio, resentido, soy irónico, sarcástico, y que ella lo bese y se baje las bragas, y que le baje con los pies los pantalones, que las manos de él se aferren a la espalda, a los muslos de ella, que Soy paranoico, soy inconstante, soy irresponsable, me aterra el compromiso; que ella se lo agarre, que le busque la boca, que con los dientes abra el paquetito con el condón, que él le pase la mano por la nuca, que le apriete los botones, las notas exactas, que Demasiado impredecible, que tengo insomnio y doy patadas, que, como te darás cuenta, soy un egocéntrico de primera; que el condón se desenrolle, que En serio no te convengo, ¿segura que quieres meterte en esto? o, permíteme ser vulgar: ¿segura que quieres que te meta esto? y que ella grite.

Le acabo de provocar un orgasmo a mi gata

Luego, me puse los zapatos, la bufanda, tomé el paraguas, enfrenté al viento, a la lluvia, a los charcos; caminé tres cuadras, llegué al oxxo, compré cigarros.

Volví a enfrentar a la lluvia, al viento y a los charcos, pero esta vez con menos éxito. Mis zapatos pueden atestiguarlo. Llegué a casa, me escurrí en la entrada, mi gata dormía, llegué a mi cuarto, colgué el paraguas, me quité la bufanda y los zapatos. Luego, tomé una libreta y empecé a escribir "Le acabo de provocar un orgasmo a mi gata" y después me puse a contar cómo me puse los zapatos, la bufanda; cómo tomé el paraguas, enfrenté al viento, a la lluvia y a los charcos; cómo caminé tres cuadras, llegué al oxxo y compré cigarros. Creo que será un buen cuento.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Esta canción...



...y la película que acompaña, me mata.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Tijuana 2008

Me pudren los que escriben de balas, los que cuentan los muertos, los que alucinan las cobijas, los que esperan encontrar una cabeza en el bote de basura todas las mañanas.

Me pudren los que tienen miedo de salir a la calle, los que deciden volver a casa en cuanto oscurece, los que matarían por un chaleco anti-balas, los que van de farol en farol, de árbol en árbol para cuidarse de disparos que no suceden.

Me pudren los que se mueren por mudarse, los que corren de su sombra, los que no se sacan de sus cabezas las palabras "tiroteo", "casquillos", "¿cuántos van ya?", "ten cuidado", y los que maldicen a la ciudad, al gobierno y a los narcos.

Me pudre no ser uno de ellos, me pudre que no me importe, que pueda salir a la calle y oler la lluvia y la tierra mojada en vez de la pólvora, me pudre encontrarme caminando por el Centro a las dos de la mañana, descubrirme en los billares o tomando en los bares sin voltear a ver sobre mi hombro.

Me pudre la falta de neurosis; no tenerla y no entenderla.

Actividades recomendables I

I. Ir a la Comer, tomar un carrito, llenarlo de cosas rosas (Barbies, Vanish, cortinas floreadas) hasta que cueste demasiado empujarlo. Eventualmente llegar a la caja, dejar el carrito a un lado y comprar un paquete de Galletas Marías.

II. Decir "Feliz Navidad" a todo el mundo. De preferencia en Julio.

III. Buscar a un amigo de piernas largas, ir al Centro (se sugiere una calle transitada), tomarlo del brazo y avanzar dando brincos, dos a la derecha, dos a la izquierda; tirar doñas de la banqueta.

IV. Ir a una librería, tomar uno de los libros de Twilight, arrancar los finales de los capítulos.

Ventajas de usar bufanda

Vengo llegando de Cancún. Pasé cinco horas en la terminal 2 del aeropuerto del D.F. Es fea.

Salí a las 7 am del Distrito. Llegué a Tijuana a las 9:20.
Las cuentas no me dan: 3 horas de vuelo vendría a ser igual a llegar a las 10; menos las dos horas del cambio de horario, sería llegar a las 8 a Tijuana. .

¿Entonces, por qué llegué a las 9?

Seguro que el piloto era pendejo y se perdió.


Y bueno, en Cancún llegamos a un club de playa muy fancy. Yo -no se puede esperar menos de mi- llegué con traje de baño, lentes y bufanda. Al parecer soy la primer persona que llega a un club de playa con bufanda. En reconocimiento, me dieron 5 tragos gratis. Sabía que esto de usar bufanda siempre serviría de algo algún día.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Un puñado de estrellas y de alegría

Puntual. Insobornablemente puntual. Demasiado puntual. Tristemente puntual. Y además de puntual, paciente. Insobornablemente paciente. Demasiado paciente. Tristemente paciente.

Alguna vez intenté un cuento de alguien que esperaba y esperaba, que pensaba lo que yo pienso cuando no queda más que abusar del tabaco, de la eterna taza del café y de la buena voluntad de los meseros. Algo así como "ya viene, ha de haber tráfico" aunque venga a pie, o "seguro entendió seis en vez de tres" que, total, se parecen, ¿no? "va a llegar, va a llegar, no se le olvidó, claro que no se le olvidó" cuando sabes que se le ha olvidado "¿Le mando un mensaje? no... no, no, no. Va a pensar que la presiono, y no quiero presionarla" pero bien sé que quiero presionarla.

Decía una amiga que esperar tanto va en contra de la dignidad, del autorrespeto. Que el que otra persona abuse así de tu tiempo es imperdonable, inexcusable, que no hay porque excusar a quien no se ha preocupado por llegar a tiempo.
Pero vengo a ser de esos tontos que se pueden pasar cinco horas pensando en cuál taxi, en cuál camión viene ella. En buscarla en todas las caras, todas las faldas, todos los sacos, todos los vestidos. De esos que se preguntan porqué todos los carros se parecen al de ella. Que el color del carro sea blanco es lo de menos.
Y, para colmo de mi querida amiga, ni recrimino, ni pienso siquiera en las cuatro horas de espera, en el dolor de garganta mezcla de frío y raleigh, en la pierna agotada de estar temblando, en la tortícolis por haber estado volteando tanto. Sencillamente me lleno de gusto, de gozo, de cariño. Porque llega, porque ha llegado, y -me sale el Benedetti- la noche se me vuelve un puñado de estrellas y de alegría.

Al final de uno mismo III

E intentar abrir la puerta, van dos, van tres, van cuatro veces en que la llave no entra, en que el barniz se raya porque la mano tiembla mucho, demasiado, y entrar, por fin, de golpe, dando un suspiro rápido, brusco, innecesario, mientras el abrigo cae de los hombros a la alfombra, y las rodillas que van directo al piso, y que las manos en la cara, y que las lágrimas en la cara, y que las uñas en la cara, y el puto pie que no deja de temblar, y la pataleta tremenda, y los gritos ahogados, y el arrastrarse al sillón, y el encajar la cara en un cojín viejo, sucio, mancharlo de lágrimas, y de sangre, y de flemas, y volver a estar de rodillas, las rodillas ardiendo, raspadas, que gatean hasta que las manos dan con la tierna porcelana del excusado donde se vomitan rojos, y negros, y púrpuras, mientras las manos se vuelven garras y se aferran más y más a la taza, al tanque, al revistero.
Y levantarse al fin con las piernas temblando, y asomarse al espejo sin lograr encontrarse en el reflejo, y de repente estar consciente de por fin haber llegado, y sin esperarlo, claro, al final de uno mismo.